Lo que nadie te contó sobre el yoga (II): la conexión nórdica

Lo que nadie te contó sobre el yoga (II): la conexión nórdica

En mi anterior post expliqué que el yoga postural tan conocido en Occidente no es tan antiguo como se suele creer ni procede de los sabios del Himalaya. Asanas como “la cobra” o “el guerrero” que se realizan en los gimnasios del Siglo XXI no aparecen citados ni en los Vedas ni tampoco en los célebres Yoga Sutras de Patanjali.

De hecho la palabra “yoga” (que suele traducirse como “unión”) no se asociaba hasta el Siglo XX con esterillas ni mallas de lycra, sino más bien con tres caminos clásicos que pretendían facilitar la “unión” con lo divino: ritos devocionales (Bhakti Yoga), acciones altruistas (Karma Yoga) y la “liberación” mediante el estudio filosófico y la práctica meditativa (Jnana Yoga). Un “cuarto camino” descrito por Patanjali hace 2000 años (pero casi olvidado hasta el Siglo XIX) también consistía básicamente en seguir una serie de normas éticas y luego aprender a controlar la respiración, los sentidos y la mente hasta alcanzar la “unión con el todo”. Un de los ocho pasos de este «Ashtanga Yoga» es «asana», pero se refería a la postura de meditación.

Entonces… ¿de dónde vienen los asanas, si no es del Himalaya?

Para esclarecer este misterio lo primero es entender que además de las cuatro tradiciones principales del yoga ya citadas se desarrollaron otras muchas variantes a lo largo de los siglos. Cada uno de estos métodos consistía en una técnica o camino particular para alcanzar la “unión” del yoga. Algunos ejemplos…

  • Mantra Yoga: repetición de palabras sagradas.
  • Nada Yoga: atención a los sonidos y la música.
  • Kriya Yoga: purificación mediante oraciones y prácticas ascéticas (en los Yoga Sutras, Patanjali lo considera una “preparación” para el Ashtanga Yoga).

Entre toda esta proliferación de yogas se encuentra una variante bastante sofisticada que codificó en el siglo XV el Hatha Yoga Pradipika, un texto en el que se unían elementos de escuelas anteriores. Los seguidores de este “Hatha Yoga,” heredera del budismo tántrico, realizaban numerosos ejercicios físicos, sobre todo de respiración, purificación y cierre (“bandha”) del cuerpo. Tales ejercicios se diseñaron para controlar ciertas esencias y energías vitales en las que creían los seguidores de la tradición (entre ellas la célebre energía “kundalini”). El Hatha Yoga Pradipika describe también 15 posturas físicas (los asanas), aunque 8 de ellas siguen siendo posturas de meditación sentada y otra más la postura de relajación tumbada (“savasana”). Una de las restantes 6 es Paschimottanasana, «la pinza»:

Desde hace al menos cinco siglos, por lo tanto, existen posturas como “el arco” (Dhanurasana) o “el pavo real” (Mayurasana). Con el tiempo, algunas escuelas de Hatha Yoga desarrollaron posturas adicionales y sus seguidores aprendieron a mantenerlas durante ratos largos. Sin embargo, ni siquiera los hatha yoguis ponían tanto foco en los asanas como se hace hoy en día. Formaban parte de una sofisticada disciplina corporal y espiritual con numerosos elementos como la dieta, la purificación y el control del proceso respiratorio, además de la meditación.

En cualquier caso, a principios del siglo XX el Hatha Yoga no gozaba de prestigio entre la alta sociedad India. En particular el yoga físico se asociaba a los excéntricos fakires que se cubrían de cenizas, fumaban hashish y realizaban sus contorsiones en la calle para conseguir alguna moneda de los viandantes. De hecho, los primeros maestros que exportaron el yoga a Occidente, como Swami Vivekananda o Paramahansa Yogananda (autor del célebre libro Autobiografía de un Yogi), no recomendaban el Hatha Yoga. El único asana que adoptaban era el de los Yoga Sutras de Patanjali: la postura de meditación.

La invención del yoga moderno

Las prácticas físicas se volvieron a popularizar a partir de mitades del siglo XX, gracias a una serie de maestros ahora prácticamente desconocidos como Swami Kuvalayananda y su pupilo Tirumalai Krishnamacharya, que según los historiadores desarrollaron un nuevo yoga postural a partir de varias influencias —no solo de la India sino también del movimiento de “cultura física” que se había difundido en los años 20 en Estados Unidos, el Reino Unido y Europa.

En aquella época surgieron numerosas disciplinas gimnásticas diseñadas para contrarrestar la vida sedentaria que llegó como consecuencia de la industrialización. Algunas de ellas, como la popular “gimnasia armónica” de Genevieve Stebbins, incorporaban además una dimensión holística y “espiritual” similar al del yoga. Los movimientos nacionalistas de aquel momento histórico, que daban mucha importancia al vigor y la fuerza física de los patriotas, impulsaron aun más esta moda.

La India colonial, a las puertas de la independencia, también buscaba crear una nación fuerte capaz de liberarse de la ocupación británica —a ser posible con un sistema de ejercicio autóctono. En este contexto, Krishnamacharya impartía sus clases en el Palacio de Jaganmohan, perteneciente a un marajá reformador que impulsó la educación, las artes y también la cultura física en su Reino de Mysore. El innovador yogui compartía el espacio con numerosos profesores de gimnasia, entrenadores militares y organizadores de todo tipo de juegos y deportes occidentales. Con el tiempo, Krishnamacharya fue incorporando elementos de todas estas disciplinas en sus lecciones para crear un nuevo “yoga” corporal. De hecho, otro de los profesores del palacio se reía de que su compañero “enseñaba trucos circenses y los llamaba yoga”.Algunas décadas más tarde, estos “trucos” los exportaron a Estados Unidos y Europa yoguis como Indra Devi (que triunfó en Hollywood con alumnas como Greta Garbo), Pattabhi Jois (creador del sistema “Ashtanga” que te será más familiar) y B.K.S. Iyengar (fundador del método Iyengar). La asociación de esta disciplina “India” con una exótica tradición milenaria de espiritualidad (¡y para colmo… ¡del Himalaya!) sin duda contribuyó a su atractivo.

Por lo tanto, no es exagerado afirmar que Krishnamacharya fue el “padre” del yoga moderno, junto con su maestro, sus alumnos y otros pioneros de la India tardocolonial. Las secuencias posturales que practicamos hoy en la playa frente a la puesta del sol no se remontan a la época de los rishis. Son inventos recientes que mezclan tradiciones Indias con ejercicios occidentales —en particular de escandinavia.

Desde Estocolmo al corazón de la India

Si no me crees (yo tampoco me creería) te recomiendo el fascinante libro El cuerpo del yoga: los orígenes de la práctica postural moderna, que hace algunos años puso patas-arriba el mundo del yoga con sus chocantes revelaciones. Su autor, el británico Mark Singleton, viajó a la India en los años 90 tratando sin éxito de encontrar ese yoga “auténtico” con el que soñaba. Le sorprendió descubrir, en lugares como Goa, Rishikesh o Delhi, que a las clases de asanas acudían sobre todo turistas. O sea, le sucedió como a una norteamericana apasionada del flamenco que llega a Madrid y se encuentra el Café de Chinitas repleto de sus compatriotas. ¿Dónde estaban las escuelas tradicionales? ¿Los verdaderos maestros del yoga postural? Resultaba casi imposible dar con ellos. ¡Incluso en el Himalaya!

Al volver a Inglaterra Singleton se dedicó a investigar el tema a fondo, llegando a completar una tesis doctoral sobre el asunto en la Universidad de Cambridge. En sus pesquisas se quedó atónito al descubrir que algunas de las posturas más icónicas del yoga contemporáneo como Virabhadrasana (“el guerrero”), Trikonasana (“el triangulo”), o Adho Mukha Svanasana (“el perro boca-abajo”) aparecen descritas y fotografiadas en un texto danés de 1924: Gimnasia Primitiva, de Niels Bukh.

Esta disciplina corporal se basaba en en una anterior escuela de gimnasia sueca creada por Per Henrik Ling que había revolucionado la educación física en todo el mundo, desde los colegios al entrenamiento militar. Da la casualidad de que también estaba ampliamente difundida en el subcontinente Indio en la época que Tirumalai Krishnamacharya impartía sus clases en el Palacio de Jaganmohan. De hecho, según una encuesta de la época llevada a cabo por el YMCA indio, estos dos sistemas escandínavos eran los más populares del país. Ni Bukh ni Ling habían viajado a la India. No se inspiraron en el yoga. Más bien debió ser al contrario: sus ejercicios fueron adoptados o modificados por Krishnamacharya.

En cuanto al famoso “Saludo al sol”, parece ser que fue nombrado y popularizado por el Raja de Aundh en su libro de 1928 The Ten-Point Way to Health: Surya Namaskars. Algunos historiadores creen que se derivó de los “dandas”, ejercicios de la lucha libre tradicional de la India. No formó parte del Hatha Yoga hasta que Krishnamacharya (que daba clase en la sala adjunta al espacio donde se enseñaba este fabuloso ejercicio) lo añadió a su repertorio. De hecho Yogendra, otro pionero del Hatha Yoga contemporaneo, criticó la mezcla del saludo al sol con el yoga como propio de gente “mal informada”.

Según Singleton, el yoga que conocemos hoy en día es el resultado de una mezcla de influencias que incluyen la gimnasia escandínava, la lucha libre tradicional de la India y el Hatha Yoga. Embajadores de esta disciplina como Indra Devi, B.K.S. Iyengar o Pattabhi Jois exportaron a Occidente un “yoga” bastante alejado de las prácticas que recomendaban los Yoga Sutras de Patanjali o incluso el Hatha Yoga Pradipika. El énfasis en los asanas posturales y el encadenamiento entre un asana y otro son fenómenos plenamente modernos.

El yoga y la pizza

Sin embargo, al combinarse con la moda de la cultura física occidental, estas prácticas obtuvieron una rápida acogida —en parte sin duda por la asociación romántica con una “tradición milenaria”, “mística” y “del Himalaya”. Gracias a ella el yoga postural ha contribuido a difundir ideas y prácticas que de otra manera nunca habrían llegado hasta la esquina de cualquier ciudad occidental. Además, como la pizza en Italia, el éxito global del yoga lo ha convertido en un elemento clave de la vida y la identidad de la India contemporánea. Si algún día viajas al Aeropuerto Indira Gandhi de Delhi te toparás con una impresionante escultura en espiral ascendiente que representa las doce posturas del Saludo al Sol. Una vez ahí podrás acudir a una infinidad de ashrams y escuelas en lugares como Goa, Rishikesh o la propia capital de Delhi —y no solo para turistas.

Yo, desde luego, me alegro de que así haya sido. ¿Qué más da el origen del yoga o de la meditación? ¿Qué importa si la pasta “italiana” la inventaron los chinos o si el tomate de la pizza llegó a Europa desde las Américas? Lo que cuenta es la experiencia única de enrollar unos espaguetis en el tenedor, o de meterle un primer bocado a esa combinación de masa horneada, queso fundido y salsa con orégano. ¡Mamma mía!

Posturas como Trikonasana quizás no tengan nada de mágico, exótico ni especialmente “oriental”, pero proporcionan un ejercicio fabuloso para el cuerpo. Además, si te las tomas como un “mindfulness en movimiento”, llevando la consciencia a cada postura, también lo serán para la mente. No considero que el yoga postural sea más o menos “auténtico” que el yoga de Patanjali. Como propone Mark Singleton, innovaciones modernas como el Iyengar o el Vinyasa son nuevas ramas del gran árbol del yoga que deben juzgarse por sus propios méritos.

A mí personalmente me han cambiado la vida. Además de salvar mi espalda y conectarme con un cuerpo que tenía muy abandonadito, me han acercado a ese asana original del que hablaban los rishis —la postura de meditación sentada— y de paso al yoga originario, milenario, que sí proviene de los sabios y sabias del Himalaya.

Agradezco profundamente a los rishis, a Genevieve Stebbins, a los gimnastas suecos, a Krishnamacharya y a todos los y las innovadoras que hicieron posible este peculiar invento de la familia humana. Y ahora basta: me voy a hacer un Saludo al Sol, que tengo la espalda reventada…

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Ver más artículos de Eduardo Jáuregui.

Lo que nadie te contó sobre el yoga

Lo que nadie te contó sobre el yoga

Solemos creer (porque así nos lo han contado) que las posturas del yoga son «asanas» milenarios cuyos orígenes se remontan a la época de los sabios rishis: Trikonasana (“el triángulo”), Bhujangasana (“la cobra”), Adho Mukha Svanasana (el “perro boca-abajo”), y así hasta 84 o incluso 84.000 según dicen. Ya sólo escuchar esos nombres en sánscrito inspiran reverencias a aquellos hombres y mujeres de la antigüedad que, después de sus largas meditaciones en las cuevas del Himalaya, y justo antes de ponerse a escribir algún verso inspirado de los Vedas (los primeros textos sagrados del hinduismo), sin duda fluían con los movimientos del Saludo al Sol puntualmente al amanecer. Yo que llevo 25 años practicando el Hatha Yoga y 20 enseñándolo también me imaginaba hasta hace poco algo por el estilo.

Pero ¿es cierta esta bella leyenda?

Hmmm…

Como dicen en Hollywood (y supongo que también en Bollywood) la historia se “basa en hechos reales”. Pero en definitiva el cuento del yoga milenario es un mito, un ejemplo temprano del fake news, un claim de marketing que impresiona y fascina pero que no superaría el más mínimo control de veracidad. Se parece a la trola trendy de esa “sal rosa” que (al igual que el yoga) supuestamente viene del Himalaya.

¿Que no la tienes en tu cocina? ¡Por favor, no puede faltar en la mesa de ningún foodie que se precie! Sin embargo, los nutricionistas advierten que la sal rosa no es “más saludable” que la blanca de toda la vida (es más “natural”, sí, pero como la sal marina virgen). Los muy aguafiestas aseguran que hay que seguir empleando el salero con la moderación de un rishi. Además, para colmo… ¡la sal rosa ni siquiera viene del Himalaya!

Pero es que impresiona mucho esa asociación de la sal y el yoga con las montañas más colosales del planeta, bañadas nada menos que por el “sagrado” Río Ganges. ¡Menuda desilusión descubrir que los cristales rosados que espolvoreas sobre tus ensaladas en realidad se importan del Pakistan, a mil kilómetros del Everest! O que muchos supuestos asanas yóguicos se inventaron en Estocolmo

¿¿CÓMO QUE EN ESTOCOLMO??

Espera un momento, que nos estamos precipitando. Primero tendré que definir un poco mejor de qué estamos hablando realmente…

¿Yoga? ¿Qué yoga?

Antes de nada, quiero aclarar que me CHIFLA el yoga postural, ese que suele denominarse Hatha Yoga con sus numerosas variaciones: Ashtanga, Iyengar, Vinyasa, Yin, Anusara, Bikram… Si conoces mi libro Yoga a la siciliana, cuyos capítulos se titulan como los asanas más conocidos, lo sabrás. No pasa ni un día sin que dedique algún rato a colocarme en diversas posturas de estiramiento y equilibrio. Mis vecinos, que de vez en cuando me pillan delante del balcón de mi piso in fraganti, lo podrán atestiguar. Una de las primeras palabras que pronunció mi sobrino Dario, al ver a su tío Edu equilibrado sobre su cabeza, fue “yoba”.

¡Menos mal que me apunté, en 1998, a mi primera clase en el Himalayan Yoga Institute (el fundador de esta escuela, debo aclarar, realmente nació y se formó en el Himalaya)! Yo a los 23 años tenía la espalda tan fastidiada que sufría los achaques de un cincuentón gracias a mi vida sedentaria y una alergia aguda al deporte que padecí desde pequeño. Ahora, con cincuenta años cumplidos, puedo presumir de haber conquistado la espalda de un veinteañero un poco enclenque pero relativamente sano. A lo largo de estas tres décadas el yoga me ha permitido mantener el cuerpo en forma a pesar de seguir dedicando demasiadas horas a la terrible “Postura del Despacho”. ¡La misma que estoy adoptando ahora, mientras preparo este post!

Aun más importante, esta disciplina física fue mi puerta de entrada a la filosofía oriental y sus prácticas contemplativas. Al adoptar los asanas, primero en el Himalayan Institute y luego en las escuelas Sivananda y Satyananda, aprendí a prestar atención a cada postura, a cada parte del cuerpo, a cada etapa de esfuerzo y de descanso; a prestar atención DE VERDAD, con interés y curiosidad, sin juzgar la experiencia, abriéndome a sensaciones agradables y desagradables; tratando de sonreír y no insultar al monitor cuando alargaba el estiramiento más de lo debido, y luego algo más, y otro poquito más, y más y más y más y MÁS. En otras palabras: aprendí a practicar eso que últimamente llamamos Mindfulness y que los gatos hacen de forma tan natural: estar en lo que estás.

Esta presencia abierta se entrena en todas las prácticas contemplativas, desde las artes marciales, el tai-chi o la caligrafía japonesa hasta la meditación sentada que acabé integrando en mi rutina diaria. En el Hatha Yoga es una de las claves. ¿Qué distingue una sesión yoguica de una vulgar tabla de ejercicios? Precisamente esto: la unión entre la consciencia y el cuerpo. El propio vocablo sánscrito “yoga” suele traducirse como “unión”. De hecho, está emparentado con palabras como “yugo” y “yuxtaposición”.

El verdadero yoga del Himalaya

La palabra “yoga” sí que aparece en los Vedas y otros antiguos escritos de Oriente. Se refiere a la unión de todo lo que compone al ser humano, incluido (según la filosofía hiduista) su aspecto divino. A menudo se refiere también a otras ventajas que proporciona esta unión, como el control (que también proporciona un “yugo”) sobre los bueyes tozudos y rebeldes de la mente y el cuerpo. 

Entre todas estas ventajas, el objetivo último al que apuntaban los rishis es la posibilidad de alcanzar una visión clara de la realidad, un estado de liberación del sufrimiento y de dicha absoluta, una verdadera “unión con el todo” que según diversos exploradores avanzados del mundo interior (y no solo los yoguis de la India) puede alcanzarse mediante las prácticas contemplativas. En definitiva, se trata de un asunto bastante ambicioso que probablemente no vayas a alcanzar haciendo el Saludo al Sol mañana por la mañana, por bonito que sea el alba. Aunque bueno… ¡nunca se sabe!

Algunos ejemplos del uso de la palabra «yoga» en textos con alrededor de dos milenios de antigüedad:

  • «No hay placer ni sufrimiento para alguien que se hace uno con su cuerpo. Eso es yoga.» Vaisheshika Sutra 5.2.16
  • «Esto, el sujetar firmemente los sentidos y la mente, es lo que se llama Yoga.» Katha Upanishad 6.10
  • «Abandona todo apego al éxito o al fracaso. Esa clase de ecuanimidad se denomina yoga.» Bhagavad Gita 4.48

Los 4 caminos clásicos del yoga

Dentro del hinduismo se desarrollaron distintos “caminos” para ir avanzando hacia esta unión del yoga. Las tres vías más tradicionales son:

  • Bhakti yoga (yoga devocional): ritos, oraciones, cantos y otras formas de adorar a alguna de las múltiples divinidades que representan aspectos de Brahman (la realidad última, que según la filosofía Advaita Vedanta consiste en la totalidad indivisible de todo el universo).
  • Karma yoga (yoga de la acción desinteresada): dedicación altruista de los talentos y el conocimiento a distintos ámbitos de la vida y la sociedad.
  • Jnana yoga (yoga del conocimiento): búsqueda de la verdad mediante la meditación, la lectura, la interacción con un maestro y otras prácticas ascéticas.

¿A que no las ofrecen en tu gimnasio de la esquina? Pero quizás ahora entenderás por qué a Mahatma Gandhi se le consideraba un gran yogui a pesar de que nunca se le vió adoptando la postura de la cobra o el cuervo.

Una cuarta tradición te sonará más: Ashtanga Yoga. Sin embargo, más allá del nombre, tampoco tiene mucho que ver con ese Ashtanga Yoga tan dinámico que encontrarás en tu centro de fitness. El Ashtanga Yoga originario (también conocido como Raja Yoga) se basa en los Yoga Sutras de Patanjali, compuestos hace unos quince o veinte siglos pero prácticamente olvidados hasta el XIX, cuando el monje y filósofo indio Swami Vivekananda revivió el interés en este antiguo texto. En los Yoga Sutras, Patanjali incluye “asana” como uno de los ocho pasos para conseguir la “unión” del yoga (“ashtanga” significa, literalmente, “ocho miembros” o “partes”).

¡Ajá! ¡Asana! ¡Por fin! Cuando aprendí a realizar “la cobra”, “el triángulo”, el “perro boca abajo” y todas esas posturas tan conocidas del yoga, los maestros siempre me citaban como fuente a Patanjali. Sin embargo, si consultas el texto de sus Yoga Sutras verás que lo único que dice de «la postura» (en singular) es que debe tener las cualidades de firmeza y comodidad. ¿De qué postura hablaba? Pues de la clásica postura de meditación, claro está, porque en el resto del libro no habla de otra cosa. Según el método de Patanjali, más sistemático que las tres vias clásicas del yoga, los pasos a seguir para alcanzar la «liberación» tienen poco que ver con estirar el cuerpo:

  • Yama y Niyama: normas éticas como la honestidad, la austeridad, el respeto o la no-violencia
  • Asana: postura firme y cómoda (sentada)
  • Pranayama: control de la respiración
  • Pratyahara: control de los sentidos
  • Dharana: concentración en el objeto de meditación
  • Dhyana: inicio de la unión entre el observador y el objeto
  • Samadhi: unión total y duradera entre el observador y el objeto

Entonces… ¿de dónde vienen los asanas (¡en plural!), si no es de los Yoga Sutras, ni de los Vedas, ni del dichoso Himalaya?

En mi próximo post podrás leer la conclusión de este fascinante misterio, que como los thrillers novelescos más populares de los últimos años, nos llevará hasta los oscuros y fríos países nórdicos.

Si quieres una pista y no te asustan los spoilers, puedes consultar este vídeo de un sistema sueco de gimnasia inventado hace mas de dos siglos. 

¿Qué diría Lisbeth Salander?

Septiembre ¡SOCORRO!

Septiembre ¡SOCORRO!

Tras volver de mis vacaciones el 31 de agosto, hice el firme propósito de comenzar este nuevo curso escolar con disciplina, meditando y dándome espacios. Venía motivada y tranquila, hasta que me di de narices con las exigencias del día a día, la falta de tiempo, y esa sensación de cansancio que había dejado atrás durante las semanas de playa, descanso y familia. El caos estaba aquí: uniformes, libros, inicios de clases, nuevos proyectos profesionales…… y yo, ¿dónde estaba?

Tras un primer momento de confusión me di cuenta de que el caos no estaba fuera, sino dentro de mí. Me había hecho un planning mental y no me estaba permitiendo fluir de verdad con mi día a día. Así que en vez de frustrarme por no poder meditar como en verano, decidí aplicarme lo que predico: pequeños momentos de conexión en mi agitado comienzo de curso.

Y sorprendentemente de esos pocos minutos al levantarme, de ese paseo disfrutado y presente con mi perrita por la mañana, del camino al cole con mi hijo en el coche o de esos momentos de preparar la cena y pensar en la comida que debo dejar preparada para el día siguiente, surgieron certezas, calma y descubrimientos. A veces nos perdemos a nosotros mismos en exigencias internas y resistencias al cambio de planes o maneras de hacer. La gran transformación interna no es una explosión de sabiduría y la desaparición de nuestras preocupaciones o problemas. Al contrario, desde el reconocimiento de lo que ya está aquí fuera y, sobre todo, dentro de nosotros, se une la resolución firme de realizar pequeños y concretos cambios en el día a día. Y estos cambios pequeños, que poco a poco van sumando, son lo que va haciendo que algo dentro de nosotros se restructure y nos facilita tener una forma distinta de mirar, de sentir y de vivir desde la presencia y la calma generando cambios en nuestro entorno.

Te animo a que en este otoño que ha comenzado te invites a hacer pequeñas paradas a observar tus emociones, cómo las sientes en tu cuerpo en este momento, explorando qué historias te cuentas y, aceptándolas sin intentar cambiarlas. Tan solo consiste en integrar y aceptar esa parte tuya más vulnerable. Lo que nos hace vulnerables también nos hace más humanos.

Esta última y caótica semana de septiembre, meditar en pequeñas dosis, caminar consciente y disfrutar de esos minutos para mí, me han dado un regalo que no encontraba entre mis resistencias y mis quejas. Estas prácticas me han permitido observar y sostenerlo todo, generando en mí un equilibrio interno que me ha ayudado a enfocarme en mi presente: no en lo que me falta, si no en lo ya conseguido.

Permítete gestionar tu abundancia y no establecerte en tu escasez. Enfócate en todos tus recursos, valora tus fortalezas y el camino recorrido, para poder dar el siguiente paso desde esta base. Si observas y aceptas tus emociones adictivas, tus inseguridades, miedos, resistencias al cambio, sensación de no merecimiento… poco a poco podrás darte cuenta desde la afirmación de la vibración del amar del «si merezco,” “si puedo”.

Cuando identificas un patrón de pensamiento basado en el miedo, una creencia que te limita, por muy pequeña que sea, tienes la capacidad de establecer un diálogo interno desde donde aprender de tus errores sin juzgarte o machacarte. Así evitarás repetirlos y podrás responder a cada situación y relación desde la consciencia y no desde la reactividad automática que disfrazamos del “yo soy así”.

Para este mes de octubre te invito a PARAR- OBSERVAR- RESPIRAR Y DARTE CUENTA de ese pensamiento y la emoción adictiva que lo acompaña, sintiéndola en el cuerpo en el momento presente y desde ese amor incondicional a lo más puro y auténtico de tu ser. Permitiéndote responder y romper esos automatismos que no te permiten cambiar nada. Sal de tu zona de confort y permítete hacer magia, desde los pequeños cambios, día a día, paso a paso, sin prisa, dándote espacio.

Gracias por permitirme compartir contigo esta reflexión surgida de este caótico, intenso y maravilloso mes de septiembre.

Anclarse en el presente

Anclarse en el presente

Imagina que te encuentras en un velero a la deriva, a la merced de las corrientes, los vientos y el oleaje. ¿Qué haces? ¿Coges el timón? ¿Ajustas las velas? ¿Sacas el mapa? Lo vas a tener difícil si no has observado con detenimiento las fuerzas de la naturaleza, si no dominas las capacidades de tu embarcación, si no has aprendido a orientarte o no tienes claro a dónde quieres ir…

Desafortunadamente, a menudo nos encontramos en una situación similar en nuestra vida cotidiana. Nos arrastran poderosas corrientes de pensamiento de las que apenas somos conscientes. Nos embisten olas emocionales de mil formas y tamaños. Nos empujan, como vientos insistentes, todo tipo de hábitos arraigados que nos confinan a pequeñas rutinas conocidas, de las que rara vez conseguimos escapar.

Y ni siquiera nos damos cuenta. De hecho, actuamos como si no quisiéramos darnos cuenta. Cuando tenemos un minuto libre –un momento precioso de soledad y quietud que podríamos aprovechar para comprobar dónde estamos, a dónde vamos y cómo se encuentra nuestro clima interior– nos apresuramos por rellenar ese minuto con alguna actividad que nos distraiga de nosotros mismos: sacar el móvil, abrir la nevera, fumar un cigarrillo… ¡Incluso las tres cosas a la vez!

Navegar con los ojos abiertos

Mindfulness podría describirse como navegar por la vida con los ojos abiertos y las manos sobre el timón. Requiere familiarizarse íntimamente con el clima interior, asumir el mando de la consciencia y elegir el rumbo en cada momento. Lo cual no resulta nada fácil, desde luego. Al contrario: para lanzarse así a la aventura de la vida, hace falta mucha práctica de navegación.

Es por eso que dedicamos tantas horas a meditar y realizar otros ejercicios de Mindfulness como el yoga o la exploración corporal. Un buen capitán sale a la mar siempre que puede.

El ancla

Uno de los elementos más importantes de un barco es su ancla. De hecho, se emplea como símbolo del gremio marinero, tatuado en mil brazos desde hace generaciones.

En las prácticas de Mindfulness también hacemos hincapié en el ancla. En este caso, se trata de un foco de la atención que sirve para anclarnos en el presente, sobre todo al inicio de una práctica formal, y también a lo largo del día en las prácticas informales. La idea es volver una y otra vez a las sensaciones asociadas a este foco de la atención.

Me gusta esta metáfora porque aunque un ancla sujeta al barco en una zona, permite un cierto movimiento a su alrededor. De la misma manera, durante la meditación, la mente se puede distraer muchas veces, pero cada vez que sucede, puedes volver de nuevo hacia el ancla que has escogido. Es una forma de no alejarse demasiado del momento presente, aunque no consigas mantener la atención clavada al 100% en el presente. Y ya sabemos que mantener la atención clavada al 100% en el presente es tan difícil como hacerte invisible o salir volando por los aires.

Características de un ancla

Un ancla meditativo debería tener ciertas características:

  • siempre accesible
  • fácil de identificar
  • de tono emocional “neutro” —o sea, que no esté asociado con emociones fuertes de ningún tipo

El ancla más clásico en muchas tradiciones meditativas es la respiración, o alguna zona concreta de la meditación: las fosas nasales, el abdomen, el centro del pecho. Las sensaciones asociadas con la respiración están siempre accesibles, suelen ser fáciles de identificar y para la mayoría de las personas no generan demasiada turbulencia emocional.

Sin embargo, hay quien prefiere emplear un ancla distinto, quizás porque tiene algún problema respiratorio o asociación traumática con la respiración que le provoca malestar al concentrarse justamente ahí. Una alternativa sería alguna zona neutra del cuerpo con sensaciones claras, como las manos, los pies, o los puntos de apoyo sobre el suelo o la silla. Otra opción sería concentrarse en los sonidos del ambiente.

Escoger y usar tu ancla

Si no tienes ya un ancla fijo, te recomiendo probar distintas opciones, escoger uno y quedarte con ése. Tampoco importa qué ancla elijas, con tal de que tenga las tres características que he indicado. Lo más importante del ancla es echarlo a la mar siempre que haga falta. Y no solo durante la práctica formal, sino en cualquier momento del día, cuando te sientas un poco a la deriva y quieras anclarte al presente: en momentos de agitación mental o emocional, para poner las cosas en perspectiva; en momentos de disfrute, para saborear mejor los placeres; o incluso en momentos aparentemente anodinos y cotidianos, para investigar si realmente lo son —o si por el contrario, el paisaje de este mar en calma es tan bello y precioso como cualquier otro.

¡Buena navegación!

Nota: Si quieres saber más sobre el ancla, visita mi post Aprende a meditar

Aprende a meditar

Aprende a meditar

¿Es fácil aprender a meditar? Sí y no. Como diría Groucho Marx, “Hasta un niño de 5 años podría hacer esto… ¡rápido, busca a un niño de cinco años!”

En este post voy a proponerte una técnica sencilla para aprender la meditación, uno de los ejercicios de Mindfulness más clásicos. (Si no sabes de lo que estoy hablando, quizás quieras consultar la página ¿Qué es la meditación?).

El problema está en que no basta con aprender la técnica, ni practicarla una vez, ni cinco veces, ni diez. El verdadero aprendizaje y los beneficios de la meditación que han confirmado los estudios científicos sobre Mindfulness llegan con el tiempo, con la práctica regular. A ser posible, diaria, como la higiene dental. De hecho, podría considerarse una especie de «higiene mental». Pero empecemos por lo fácil…

 

Aprende a meditar en 5 minutos

En un cierto sentido, meditar es aun más fácil que cepillarse los dientes. Al fin y al cabo, la meditación de Mindfulness o Atención Plena consiste, básicamente, en no hacer nada. ¡Nada de nada de nada! Se trata de entrar en el “modo ser”, en vez de ese habitual “modo hacer” que nos empuja a rellenar hasta nuestros días de ocio de actividades, citas y planes (¡Por algo nos llamamos ModoSer!)

Quizás pensarás, al leer estas líneas: «Ah, vale, entonces no necesito clases de meditación. Ya medito cada vez que me tumbo en la hamaca y me rasco la barriga.» Sin embargo, te equivocarías. Bueno, teóricamente podrías practicarlo en una hamaca, e incluso rascándote la barriga, pero esto va de despertar, no de adormilonarse. Lo que Camilo José Cela llamaba el “yoga ibérico” (la siesta) también está muy bien, pero es otra cosa.

La idea es permanecer muy alerta y consciente, escuchándo tu cuerpo, tu mente, tus emociones y todo lo que traen tus sentidos —que a veces puede ser todo un circo de tres pistas, a pesar de la quietud externa. Por cierto, no todo lo que te encuentres en este espectáculo interior tiene por qué ser agradable. Si tu jefe acaba de criticarte, a lo mejor te encuentras con el enfado. Si tienes a una hija en el hospital, te toparás con el miedo y la tristeza. Un poco como en la peli de Pixar Inside Out. 

Y está bien que sea así. Porque la meditación no se practica para eliminar todo lo que no te gusta, como cuando tiras la basura al bidón y te alejas con cara de asco. No sirve para entrar del tirón en un estado beatífico de paz y felicidad, como a veces suele creerse. (Si es esto lo que esperas, te vas a llevar un buen chasco). La meditación se practica, más bien, para cultivar una nueva perspectiva —más amplia y espaciosa— sobre lo que nos gusta y lo que no nos gusta. Se parece más a abrir la bolsa de basura (entre otras bolsas) y cuestionarte si lo que te vas encontrando realmente es basura, o compost, o arte…

Aquí tienes mi pequeña guía, que he titulado Aprende a meditar, pero que podía haber titulado Aprende a sentarte en silencio sin subirte por las paredesCómo no hacer nada de nada (con muchísimo interés) o quizás Instrucciones para entrar en el ModoSer o… (pruébalo y luego me dices si se te ocurren otras alternativas):

 

Aprende a meditar: EL LUGAR Y EL MOMENTO

Busca un lugar tranquilo, donde nadie vaya a molestarte durante el ejercicio. Apaga/silencia el teléfono móvil y cualquier otra posible fuente de interrupcción. Tampoco tiene por qué ser un lugar perfectamente silencioso. Pero es preferible que mientras meditas no se te suban los hijos por encima, imitando la sirena de una ambulancia. La idea es ponértelo fácil, dentro de lo posible. 

 

Aprende a meditar: LA POSTURA

¿Tienes que sentarte sobre un zafú en la postura del loto? No: basta una silla de las de toda la vida. Esto no va de quedar bien para la fotito en instagram. La clave es la estabilidad y la comodidad, para que puedas mantener la postura durante todo el ejercicio con el mínimo esfuerzo. Es cierto que posturas como el loto, medio loto o la postura birmana proporcionan una gran estabilidad —¡pero para principiantes pueden ser una verdadera tortura!

Por lo tanto, puedes probar con una silla (mejor sin ruedas, para mayor estabilidad), o incluso de pie. También se puede meditar en posición tumbada, pero una vez más corres el riesgo de practicar el yoga ibérico de Cela.

Si te sientas en una silla, te recomiendo no descansar la espalda sobre el respaldo, sino más bien sostener tu propia columna (a no ser que tengas algún problema de espalda que te lo impida, claro). Trata de plantar bien los pies en el suelo, equilibrar bien la columna y encontrar una postura neutra para la cabeza, sin elevar ni bajar demasiado la barbilla. También puede ser una buena idea colocar un cojín de tal forma que las caderas estén ligeramente por encima de las rodillas, incrementando la estabilidad y distribuyendo mejor el peso del cuerpo. 

En cuanto a las manos, no hace falta que adopten ninguna forma especial. Pueden descansar tranquilamente sobre los muslos, hacia arriba o hacia abajo, en cualquier postura que sea cómoda para ti.

La propia postura puede ser un reflejo de la intención meditativa, que es permanecer alerta, ecuánime, enfrentándote a la vida con dignidad, arrojo, y quizás incluso una leve sonrisa. ¿Como el héroe o heroína de una película épica? Tal cual. Al fin y al cabo, todo ser humano vive su vida solo una vez, y nunca sabe qué nueva aventura le espera a la vuelta de la esquina.

Aquí puedes encontrar unas vídeo-guías sobre cómo encontrar tu postura ideal para meditar.

 

Aprende a meditar: LOS OJOS

La mayoría de las personas suele meditar con los ojos cerrados, o semicerrados, lo cual ayuda a reducir las distracciones. Pero hay quien prefiere hacerlo con los ojos abiertos. Si los dejas abiertos o semiabiertos, prueba a dejarlos orientados hacia abajo, relajados y ligeramente desenfocados. Si los dejas abiertos y enfocados en la pantalla de tu móvil, probablemente no estés meditando.

 

Aprende a meditar: EL TEMPORIZADOR

Conviene decidir de antemano cuánto tiempo va a durar tu práctica. Quizás si es tu primera vez, puedes probar con 5 minutos. Con el tiempo, puedes ampliar esta duración a 10, 20, 30 o más. Lo importante es reservar un tiempo fijo y preparar alguna manera de saber cuando se ha agotado:

  • un reloj que dispongas delante de ti, ya sea digital o analógico. La desventaja es que tendrás que estar pendiente del tiempo que te queda.
  • una alarma o temporizador que te avise de cuando se ha agotado el tiempo. Si tienes alguno con un sonido menos escandaloso que las clásicas campanas o agudos pitidos de las alarmas antiguas, puede ser una buena opción.
  • una app de meditación como Insight Timer, Enso o Center. Suelen tener funcionalidades interesantes, como sonidos agradables (tipo campana tibetana) que puedes programar para que suenen cada x minutos, recordándote que estás ahí para meditar y no para elaborar la lista de la compra.

Aprende a meditar: DIRIGIR LA ATENCIÓN

Ahora llega lo bueno. La parte en la que te pones a meditar. Las instrucciones básicas son:

  1. No hacer nada (más que lo que tu cuerpo y tu mente hacen por su cuenta, tipo respirar)
  2. Observar con interés lo que está pasando en el momento presente, dentro y fuera de ti
  3. Cuando te des cuenta que te has distraído, volver (con amabilidad, sin juzgarte por haberte distraído) al punto 2

¿Solo eso? Sí. Solo eso. Es simplemente una pausa consciente, como un regalo que te haces, aparentemente vacío y que, sin embargo, quizás pueda sorprenderte.

Dicho esto, a continuación voy a desgranar el proceso un poco más, por si te ayuda. Sobre todo, lo de observar «lo que está pasando en el momento presente» puede resultar un tanto confuso. En las siguientes instrucciones, propongo dirigir la atención hacia un «ancla» más concreto, lo cual facilita la práctica, sobre todo al principio:

 

  1. Al comenzar, puedes darte unos momentos para ir «aterrizando» en la práctica, conectando con las sensaciones de tu cuerpo, la actividad de tu mente, el tono emocional. Da igual si estás en calma, triste, un poco frustrado/a o incluso echando chispas. Puedes darte el permiso para llegar con todo lo que traes, escuchándote como escucharías a un amigo o amiga, con curiosidad e interés, sin necesidad de cambiar nada. 
  2. Puedes recordarte que durante la meditación no hay nada que hacer, nada que conseguir, ningún estado al que llegar. Esta idea puede ser muy liberadora, después del habitual trajín cotidiano.
  3. Cuando lo decidas, empiezas a focalizar la atención en tu respiración, tratando de percibir las sensaciones físicas: la temperatura y humedad del aire en las fosas nasales al inhalar y exhalar, la expansión y relajación de la caja torácica, el movimiento en el abdómen. 
  4. Permites que la respiración sea tal y como es. No hace falta respirar «bien». Si notas que estás controlando la respiración, tampoco pasa nada. Simplemente observas esta tendencia, y pruebas a soltarla con cada exhalación.
  5. Te focalizas en la zona donde notes las sensaciones de forma más nítida. Por ejemplo en la zona del abdomen, o de las fosas nasales. Esta zona la voy a llamar el ancla de la atención.
  6. Tratas de seguir todo el ciclo de inhalación y exhalación en el ancla, intentando saborear cada sensación que llega, en cada instante, sin perderte ni una. Como si fueras un gourmet de la respiración, vaya.
  7. Si por cualquier motivo la respiración no es un buen ancla para ti (por ejemplo, te agobias observándola), puedes usar cualquier otra zona neutra del cuerpo donde notes sensaciones claras y nítidas, como las manos, los pies o los puntos de apoyo. En este caso simplemente tratas de percibir las sensaciones cambiantes en esta zona. Hay quien usa también como ancla los sonidos que van sucediéndose de un momento a otro.
  8. Mientras observas lo que sucede en el ancla, habrá sin duda otros fenómenos que compiten por tu atención: ideas, recuerdos, emociones, el zumbido de una mosca, quizás alguna incomodidad física. No hace falta eliminar ni suprimir nada de ello. Son también parte de la experiencia. Simplemente te focalizas en la respiración, dejando todo lo demás como en el “fondo” o los “márgenes” de la experiencia. 

Aprende a Meditar: VOLVER AL ANCLA

  1. En algún momento, te darás cuenta que ya no estás observando la respiración. Tu atención se ha dejado llevar por la música de tu vecino, los problemas con tu jefe, tus planes para el verano o un leve picor en tu oreja. 
  2. Cuando esto suceda, no hace falta que te juzgues o te critiques por ello. Nos pasa a todos y a todas. Es la naturaleza de la mente, que se parece a un perrito curioso e inquieto, siempre a la búsqueda de cosas nuevas que perseguir. Basta darte cuenta de dónde está tu atención y redirigirla con amabilidad (exacto, como si fuera un perrito travieso) hacia el ancla.
  3. El perrito volverá a escaparse una y otra vez. Cada vez, vuelves de nuevo al ancla. 
  4. La siguiente vez, lo mismo.
  5. Y otra vez.
  6. Y otra.
  7. Etc…
  8. El ejercicio es éste: cada vez que te distraes, volver al ancla. Así es como se fortalece el “músculo” de la atención, literalmente creando nuevas conexiones neuronales. 
  9. Al cabo de los días o las semanas, cuando te acostumbres a meditar sobre tu ancla, puedes pasar, después de algunos minutos iniciales, a ampliar el foco de la atención al cuerpo en su totalidad, por ejemplo. Y más adelante puedes probar a observar los sonidos del entorno, el campo mental, o incluso todo lo que sucede en el momento presente (como en las primeras instrucciones básicas que ofrecí), pudiendo volver al ancla en cualquier momento si te pierdes o te resulta confuso. Sea cual sea el foco, las instrucciones son las mismas: observas con interés, permites que sea así, y cuando te distraes vuelves a observar. 

Te proponemos un par de vídeo-guías:

 

Aprende a Meditar: FINALIZAR LA PRÁCTICA

  1. Cuando se agote el último grano de tu reloj de arena, o suene tu alarma, vuelves a llevar la atención al cuerpo, realizas dos o tres respiraciones más profundas, y comienzas a movilizar el cuerpo lentamente y con atención.
  2. Sin prisas, cuando estés preparado/a, abres los ojos (si los tienes cerrados) y terminas la práctica.
  3. Si quieres, puedes agradecerte por estos momentos que te has regalado.

 

¿Y luego, qué?

Nada. La próxima vez, lo mismo. La meditación es esto. Al menos la meditación sentada de tipo Mindfulness o Atención Plena.

¿Y si te aburres? Pues observas el aburrimiento con interés, como parte de lo que sucede. ¿Cómo es ese aburrimiento? ¿En qué consiste? A lo mejor, al cabo de unos minutos, descubres que ese aburrimiento pasa.

¿Y si no te relajas? Está permitido no relajarse. Está permitido todo. Simplemente observas los nervios con interés, como parte de lo que sucede. A lo mejor al cabo del tiempo, descubres que pasan.

¿Y si no te gusta? No tiene por qué gustarte. Puedes observar también pensamientos como «Esto no sirve para nada», «¿Qué hago aquí perdiendo el tiempo?» o «¡Basta ya!» como parte de lo que sucede.  A lo mejor, al cabo del tiempo, descubres que pasan.

¿Y si te encuentras con emociones o pensamientos muy desagradables? Los observas también, como emociones, como pensamientos. A lo mejor, al cabo del tiempo, descubres que pasan. (Dicho esto, si llegan a ser abrumadores, puede siempre volver a tu ancla y refugiarte ahí durante un tiempo, o incluso interrumpir la práctica del todo).

¿Y si alcanzas la iluminación? Anda ya… no te hagas tantas ilusiones. Si te pasa, me lo cuentas.

Bueno, pues así finaliza mi pequeña guía Aprende a meditar (o como quieras llamarla). Facilísimo, ¿no? ¡Chupao! Lo difícil, como decía, es mantener la práctica, día tras día, semana tras semana. Ese tema lo dejo para otro post, aunque te avanzo que una forma de reforzar el hábito es apuntarse a unas sesiones de práctica en grupo. Mientras tanto, que te vaya muy bien con esto de no hacer nada, y si algo de esto te ha servido, ¡cuentamelo en los comentarios!

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