Así, de primeras, la meditación no parece un pasatiempos muy divertido.
Te sientas. Sin moverte. En silencio. Reemplazando los giros dramáticos de tu serie favorita con el repetitivo vaivén de tu respiración.
Y ahí te quedas: 10 minutos, 20, 30, 40…
¿Qué llegan pensamientos, emociones, distracciones? ¿Incluso la trama de la última temporada de The Mandalorian? Déjalos pasar. Tú a lo tuyo.
Como gran variedad, puedes cambiar de foco, de cuando en cuando: al cuerpo, a la respiración, a los propios contenidos de la mente. O incluso (¡party time!), abrir el foco del todo, a la totalidad de fenómenos que puedes percibir ahora mismo.
Aburrido no —lo siguiente, oiga
Bueno, las primeras veces, cuando estás aprendiendo a meditar, el asunto puede tener su gracia, como algo exótico, una estampa chula para Instagram: el zafú, la esterilla, la voz del profe, las cosas tan peculiares que salen de su boca (“abriéndote a las sensaciones, ya sean agradables o desagradables.…”). Además tienes la cabeza que te bulle con los beneficios de los ejercicios de Mindfulness. Cuentas con el apoyo del grupo. Y es agradable, desde luego, ese silencio, esa calma.
Pero con el paso de los días, y no digamos las semanas, la cosa pierde algo de frescura.
Luego, mucha frescura.
Hasta que llega un momento en que tu mente empieza a decirte: Ya está bien, ¿no?
Los Toreros Muertos
Me recuerda a una historia que me contaron sobre Los Toreros Muertos en los años 80. No sé si será solo una leyenda urbana, pero teniendo en cuenta otras gamberradas musicales de Pablo Carbonell y su tropa (¿como olvidar Mi aguita amarilla?), no me extrañaría.
Por lo visto, al final de un concierto, tocaron de bis una canción intencionadamente monótona, coreando “Igual igual, así así, igual igual, así así…” una y otra vez, sin parar. Al principio la gente reía, cantaba, saltaba y disfrutaba con la tontería. Pero al cabo de un rato, los fans empezaron a cansarse, y poco a poco fueron abandonando la sala, mientras la banda seguía con lo suyo: “Igual igual, así así, igual igual, así así…”. Consiguieron echarles a todos.
El irresistible encanto de la novedad
El ser humano busca siempre la novedad. O casi siempre. Lo que ya conocemos nos cansa y nos aburre, mientras que lo novedoso nos atrae. No hay más que ver a una niña con un nuevo juguete. O un friki de la tecnología en cuanto sale el último modelo de iPhone. Incluso las ratas de laboratorio se lanzan a explorar cualquier nueva sección de un laberinto.
La neurociencia ya tiene claro el proceso. Cuando aparece una novedad (y no la percibimos como amenaza), recibimos al instante una recompensa química: la dopamina. En este estudio de la revista Neuron, por ejemplo, los investigadores mostraron a un grupo varias imágenes anodinas de paisajes, interiores y rostros. Pero de vez en cuando, introducían alguna “peculiar” o “chocante”. Cada vez que esto sucedía, se activaban los centros de placer del cerebro, liberando una buena dosis de dopamina. ¡Mmm, qué rica!
Sin duda, este proceso ha proporcionado buena parte del combustible para el el progreso del ser humano a lo largo de la historia. Nos ha incitado siempre a aprender, innovar, construir, y explorar hasta el infinito y más allá. Lo que no sé es si nos habremos pasado un poco.
El fin del aburrimiento
En nuestro acelerado Siglo XXI, nos hemos acostumbrado a un ritmo de recambio realmente pasmoso. Cada año se lanzan 10.000 nuevas series de televisión, 5000 películas y 600 modelos de teléfono. Hay marcas de moda que lanzan hasta 900 novedades por semana, para que la juventud pueda variar su imagen en Instagram. En los supermercados norteamericanos aparecen 30.000 productos nuevos todos los años, desde innovaciones tan barrocas como las patatas fritas con sabor a capuccino, hasta opciones supuestamente sanas como esa sal rosa que a todos nos mola y que en realidad no tiene nada de especial, excepto que es rosa y que te la tienen que importar desde Pakistan (no exactamente desde el Himalaya, como suele creerse). Por otro lado, casi todo se fabrica intencionadamente para que dure poco, forzándonos a renovar nuestros muebles, coches, electrodomésticos cada pocos años.
Para el medio ambiente, esto no puede ser bueno. Pero desde luego nos deja ya sin excusas para aburrirnos, en un mundo que no deja de cambiar. ¿Que se te antoja una almohada con la cara de Nicholas Cage? ¡Dale! ¿Una hamburguesa hinchable gigante para tu pisci? ¡Claro que sí! ¿Un arnés con pajarita para tu gallina? ¡Lo tenemos, señorita! Y lo mejor es que basta sacar el móvil para poder ducharnos bajo la imparable cascada de nuevos tuits, post, tiktoks y demás contenidos que se generan sin cesar. Solo en Instagram, se publican unas 50.000 fotos por minuto. Y si los niños se ponen revoltosos, se les pone delante del Baby Shark y fuera. ¡Es infalible!
Diseñada para aburrir
Desde este punto de vista, la meditación es una locura absoluta: ¡parece diseñada a propósito para aburrirse como una ostra! ¿Acontentarte con lo que ya tienes? ¿Con lo que está presente aquí y ahora? Anda ya…
Sin embargo, las apariencias a veces engañan. Yo a veces me pregunto si las ostras realmente se aburrirán tanto como dicen. Quizás sus vidas estén llenas de emoción y aventura. Quién sabe.
Desde luego, en el caso de la meditación, resulta que no es tan aburrida como parece. Quizás, si has insistido un poco con la práctica, lo habrás comprobado en tu propia experiencia. De hecho, paradójicamente, el “no hacer” puede llegar a ser absolutamente fascinante. Precisamente porque al ignorar toda novedad externa, puedes fijarte bien en todo lo que ya tienes, aquí mismo, ahora mismo. Basta parar durante cinco segundos, respirar, y abrir bien los cinco sentidos, para darte cuenta que no necesitas mucho más. Ni siquiera una almohada con la cara de Nicholas Cage. Lo cual sería verdaderamente revolucionario.
El problema es pararse y abrir los cinco sentidos durante cinco segundos, claro. Sin distraerte, quiero decir. Para conseguir una tal hazaña, quizás necesites practicar, diariamente, durante algún tiempo.
Mañana a las 7:00 de la mañana… ¿otra vez?
Y no es nada fácil insistir con este hobby, día tras día. Cada vez que lo intentes, tendrás que superar la atracción de las redes sociales, de la nueva serie que has empezado a zamparte, de todo lo que llena tu agenda, de las infinitas novedades que te esperan ahí fuera para activar los centros de recompensa en tu cerebro. Quizás por eso tengan tanto éxito las apps que ofrecen decenas de miles de meditaciones guiadas para descargarte —¡no vaya a ser que te aburras de camino a la sabiduría!
Incluso cuando consigas sentarte por la mañana, antes de desayunar, tu mente se rebelará una y mil veces, buscando algo más interesante que la respiración o la contemplación de los sonidos. Se acordará de la reunión que tienes que preparar, o de la discusión de ayer con tu madre, o de esa canción tan divertida de los Toreros Muertos, o de las ratas en el laboratorio, o del café caliente y las tostadas crujientes que te esperan, o incluso del arnés para gallinas.
Lo fascinante es, justamente, todo esto: darte cuenta de la mente que se revuelve contra el aburrimiento, que trata de llevarte hacia aquí y hacia allá. Que lo consigue, y toma el control, hasta que vuelves a pillarla al volante. Y te preguntas, ¿entonces? ¿Dónde estaba yo? O incluso, poniéndote más filosófico: ¿Quién soy yo? Y vuelves a contemplar esos impulsos que van y vienen, esas ráfagas de pensamiento, esas emociones que calientan el cuerpo, esa narrativa interna que no tiene nada que envidiar a Netflix.
Paradójicamente, esta práctica tan sumamente aburrida, en principio, puede ser el punto de partida de una vida mucho menos rutinaria, menos predecible y más creativa —en definitiva, todo lo contrario del aburrimiento. Porque puedes empezar a desconectar el “piloto automático” para recuperar el volante, dándote la oportunidad de salirte de los caminos trillados y vivir la vida como lo que es: una aventura. Porque dejar de lado tus preocupaciones sobre el futuro y tus rumiaciones sobre el pasado te permite ver cada instante como lo que es: un regalo irrepetible. Y porque, tras encontrar todo un mundo de sensaciones en una inhalación, o en el sabor y la textura de una uva pasa, de pronto hasta lo más cotidiano puede revelarse como lo que es: una maravilla.
Las ostras, no lo olvidemos, generan perlas.
Muy motivador, Eduardo. Es difícil encontrar argumentos para dedicar tiempo a algo que no es excitante. Sobre todo cuando se tiene la sensación de que no nos sobra ni un minuto (estamos dedicados a perderlo en las tonterías más improductivas). Pero mira por dónde ofreces la posibilidad de que haya algo interesante en el presente que no esté resumido en 140 caracteres, ni tenga nada que ver con subir fotos de felicidad sospechosa.
Genial Eduardo, has captado mi atención al menos lo que ha durado la lectura del post, como siempre arrancando una sonrisa de un tema que pueda ser, a priori, un poco aburrido.
Un abrazo y gracias por estar ahí.
Muy interesante este post. Lo encontré bajo la búsqueda en Google: «por qué el mindfulness es tan aburrido». Tu post me ha contestado la pregunta. Es bueno recordar el tipo de sociedad en la que vivimos y como el cerebro busca esa recompensa típica en todos lados. Es bueno para recordar que aunque se sienta aburrido, es ese el camino! Tener como eje el aburrimiento! Y saber, que a medida que nos hacemos una con la práctica de la presencia, la vida comienza a cobrar otro color. Saber que el aburrimiento es pasajero, que es cuestión de encontrarle lo bello, encontrar y sentir: «Ahora entiendo porque esta es una práctica milenaria…»
Gracias por el post.
¡Gracias a ti, Cecilia, por compartir tu experiencia y sabiduría! Nos vemos en el camino…
Gracias por el post, estaba buscando «por que me aburre la meditacion?» y lo encontré. Me has hecho entender por qué no podía encontrar la motivación a meditar a pesar de que a mi pareja le gustan estos ejercicios. Me has ayudado a entenderme un poco más. Bendiciones Eduardo
Gracias Sergio, me alegro que así haya sido 🙂