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En este Siglo XXI de incertidumbre y sobresaltos, el estrés parece que sólo va a más: pandemias, cambio climático, guerra en Europa y un panorama económico de escalofrío. ¡No nos faltan ni los OVNIS que ahora el congreso norteamericano ha pedido que se investiguen! (Afortunadamente, tampoco hay pruebas consistentes de que estén pilotados por xenomorfos insectoides como los de la película Alien y sus secuelas).

Todo esto se añade al estrés cotidiano que ya teníamos, claro, y que nos ataca diariamente al encontrarnos con un atasco, una avispa, una avería del móvil o un alto directivo que acaba de leerse la prensa financiera. Cuando digo que nos «ataca», no exagero. Porque al hablar del estrés agudo, hay que recurrir a metáforas violentas y catastróficas: huracán emocional, explosión de rabia, puñetazo en el estómago, congelamiento cerebral, incendio en el cuerpo, disparo de adrenalina, ahogamiento de la voz, inundación de sudor.

¿De qué profundo infierno llega esta reacción tan desagradable? ¿Qué es, en definitiva, esto que llamamos el estrés?

¡Benditos nervios!

En realidad, cada día que vivimos y respiramos en este planeta deberíamos agradecer la existencia del estrés (y mas concretamente lo que suele denominarse el estrés agudo). Si has sobrevivido hasta leer estas líneas es porque este mecanismo de alarma corporal te ha salvado de mil caídas, choques, golpes, posibles asaltantes y demás peligros. Y no solo a ti, sino también a tu madre, a tu padre, a tus abuelas, bisabuelos, tatarabuelas y así sucesivamente hasta las primeras formas de vida que trataban de escapar del excesivo frío o defenderse de algún depredador. Desciendes de una larguísima y afortunadísima estirpe de supervivientes que se salvaron incontables veces gracias a un sistema de emergencia realmente ingenioso.

Cuando te asalta el estrés, parece como que pierdes el control y algo en ti te empuja hacia una de tres posibilidades:

  • Luchar: cierras los puños, vociferas y sueltas palabras malsonantes.
  • Huír: saltas como una acróbata, corres como un atleta y chillas como un mono en plena selva. 
  • Paralizarte: te congelas, con la cabeza hecha un lío, absolutamente incapaz de actuar. 

Efectivamente, este sistema de “Lucha o huida” (o en su versión completa “Lucha, huida o parálisis”), que describió en 1932 el fisiólogo de Harvard Walter Cannon en su libro La sabiduría del cuerpo, no pide amablemente tu permiso. Te secuestra, literalmente, el cerebro. 

¿Su excusa? Lo hace solo en “situaciones de emergencia”: cuando detecta una amenaza importante. Si te vas de picnic, pasas un rato agradable con tus amiguetes bajo un sol espléndido y no os molestan ni las abejas, este mecanismo te dejará disfrutar en paz. Pero si por el contrario te mandan a una arriesgada misión a LV-426, una luna del sistema Zeta Reticuli, y ahí descubres que los alienígenas xenomorfos insectoides sí existen, puedes prepararte para experimentar el estrés agudo un día sí y el otro también. En cuanto detectes la más mínima señal de un exoesqueleto negro, tu sistema de alarma corporal tomará el mando para que puedas reaccionar al instante con todo el armamento que tengas a mano.

El mecanismo lo gestiona el sistema nervioso autónomo, que como su nombre indica es autónomo, o sea que va por su cuenta y hace lo que le da la gana, no lo que tú quieras que haga. De hecho, a veces hace exactamente lo contrario de lo que tú quieres que haga. Pero en el caso de estos horripilantes aliens, probablemente te venga bien.

Veamos como funciona…

Alarmaaaaaaaa 

El sistema sigue los siguientes pasos:

1. Tu mente interpreta que se trata de una situación de emergencia. ¿Cómo? Los psicólogos Susan Folkman y Richard Lazarus fueron los primeros en proponer que se trata de un cálculo (muy rápido) que compara el nivel de amenaza con los recursos disponibles. ¿Un alienígena de dos metros de altura con ácido corrosivo en las venas? ¡Eso no es nada para la Lugarteniente Ellen Ripley y su equipo de marines, armados hasta los dientes! Pero ¿20 o 30? Eso ya es otra cosa: ¡una emergencia bien seria! (AVISO: Si no has visto la película, que sepas que el visionado de la siguiente escena es suficiente para subir tu tensión arterial).

2. La amígdala cerebral desencadena la alarma. La amígdala es una especie de “radar” que detecta no solo las amenazas sino cualquier elemento en el entorno especialmente interesante. Los espantosos xenomorfos, desde el punto de vista de la superviviencia, son MUY interesantes, y por eso la amígdala hará lo posible por que te dejes de tonterías y les prestes TODA tu atención.
3. 
El hipotálamo (una pequeña glándula en el centro de tu cabeza) activa el sistema nervioso autónomo.
4. El sistema nervioso autónomo difunde la alarma en todo el cuerpo. Para ello usa señales químicas (como la adrenalina y el cortisol) y eléctricas (a través de canales como el nervio vago). Estas señales actuan a toda velocidad para encender ciertos sistemas y apagar otros.

Lógicamente, lo que se pone en marcha es todo aquello que necesitas para enfrentarte, escaparte o esconderte de esas imponentes criaturas extraterrestres, como por ejemplo:

  • La respiración (“¡más oxígeno!”)
  • La circulación sanguínea (“¡que circule el combustible!”)
  • La vista (“¡abre bien las pupilas, que hay que saber exactamente dónde están!”)
  • El sistema musculo-esquelético (“lucha, corre o congélate, ¡pero YA!”).
  • Un proceso de inflamación en la piel (“¡preparados para cualquier infección si hay un corte!”).

Al mismo tiempo, y para ahorrar energía, se sacrifican sistemas que durante el “estado de alarma” pasan a un segundo plano:

  • El sistema inmunológico (“¡primero los aliens… ya nos encargaremos luego de los virus!”).
  • La sexualidad (“¡no es momento para juegos!”)
  • Procesos cognitivos como la creatividad, el análisis o la memoria (“¡no hay tiempo para brainstormings!”).
  • El sistema digestivo (“¡suelten lastreeeeee!”).

A todo esto se añaden otros mecanismos típicos del sistema, como pegar gritos (la clásica sirena de alarma para pedir ayuda y asustar a esos bichos gigantes… si es que tal cosa es posible) y la sudoración (para prevenir una excesiva temperatura corporal). 

Un sistema imperfecto

Este sistema de alarma, aunque sin duda maravilloso, no es perfecto. Como bien sabes por experiencia, a menudo se dispara sin buen motivo —como sucede con cualquier alarma de seguridad. Por ejemplo, si te has atrevido a visionar la escena de la película Aliens, es probable que se te haya acelerado el corazón y se te hayan abierto los ojos de par en par (¡mira que te lo advertí!). En las películas de terror, el público suele dar verdaderos saltos en los asientos del cine, por no hablar de los chillidos. ¿Cuántas veces nos asustamos por un ruido extraño en medio de la noche, un encuentro inesperado o el ladrido de un perro detrás de una verja?

Aquí podemos ver hasta qué punto se encienden las alarmas de las víctimas de un bromista vestido de tiranosaurus rex, uno de los monstruos más espantosos que sí han existido en nuestro propio planeta…

Lo que más hace gracia de esta broma es que “todo el mundo sabe” que los dinosaurios se extinguieron hace 65 millones de años. Sería absurdo pensar que un monstruo prehistórico pudiera realmente pasearse por el pasillo de una oficina en busca de su desayuno. Pero es que el mecanismo de lucha-huida-parálisis no te permite pensar racionalmente. El sistema nervioso autónomo te secuestra el cerebro y acabas actuando de forma descontrolada. 

Desafortunadamente, éste no es el único problema del sistema. En el siguiente post me centraré en sus numerosos defectos, sobre todo para los seres humanos: la especie más neurótica del planeta. 

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