fbpx

Solemos creer (porque así nos lo han contado) que las posturas del yoga son «asanas» milenarios cuyos orígenes se remontan a la época de los sabios rishis: Trikonasana (“el triángulo”), Bhujangasana (“la cobra”), Adho Mukha Svanasana (el “perro boca-abajo”), y así hasta 84 o incluso 84.000 según dicen. Ya sólo escuchar esos nombres en sánscrito inspiran reverencias a aquellos hombres y mujeres de la antigüedad que, después de sus largas meditaciones en las cuevas del Himalaya, y justo antes de ponerse a escribir algún verso inspirado de los Vedas (los primeros textos sagrados del hinduismo), sin duda fluían con los movimientos del Saludo al Sol puntualmente al amanecer. Yo que llevo 25 años practicando el Hatha Yoga y 20 enseñándolo también me imaginaba hasta hace poco algo por el estilo.

Pero ¿es cierta esta bella leyenda?

Hmmm…

Como dicen en Hollywood (y supongo que también en Bollywood) la historia se “basa en hechos reales”. Pero en definitiva el cuento del yoga milenario es un mito, un ejemplo temprano del fake news, un claim de marketing que impresiona y fascina pero que no superaría el más mínimo control de veracidad. Se parece a la trola trendy de esa “sal rosa” que (al igual que el yoga) supuestamente viene del Himalaya.

¿Que no la tienes en tu cocina? ¡Por favor, no puede faltar en la mesa de ningún foodie que se precie! Sin embargo, los nutricionistas advierten que la sal rosa no es “más saludable” que la blanca de toda la vida (es más “natural”, sí, pero como la sal marina virgen). Los muy aguafiestas aseguran que hay que seguir empleando el salero con la moderación de un rishi. Además, para colmo… ¡la sal rosa ni siquiera viene del Himalaya!

Pero es que impresiona mucho esa asociación de la sal y el yoga con las montañas más colosales del planeta, bañadas nada menos que por el “sagrado” Río Ganges. ¡Menuda desilusión descubrir que los cristales rosados que espolvoreas sobre tus ensaladas en realidad se importan del Pakistan, a mil kilómetros del Everest! O que muchos supuestos asanas yóguicos se inventaron en Estocolmo

¿¿CÓMO QUE EN ESTOCOLMO??

Espera un momento, que nos estamos precipitando. Primero tendré que definir un poco mejor de qué estamos hablando realmente…

¿Yoga? ¿Qué yoga?

Antes de nada, quiero aclarar que me CHIFLA el yoga postural, ese que suele denominarse Hatha Yoga con sus numerosas variaciones: Ashtanga, Iyengar, Vinyasa, Yin, Anusara, Bikram… Si conoces mi libro Yoga a la siciliana, cuyos capítulos se titulan como los asanas más conocidos, lo sabrás. No pasa ni un día sin que dedique algún rato a colocarme en diversas posturas de estiramiento y equilibrio. Mis vecinos, que de vez en cuando me pillan delante del balcón de mi piso in fraganti, lo podrán atestiguar. Una de las primeras palabras que pronunció mi sobrino Dario, al ver a su tío Edu equilibrado sobre su cabeza, fue “yoba”.

¡Menos mal que me apunté, en 1998, a mi primera clase en el Himalayan Yoga Institute (el fundador de esta escuela, debo aclarar, realmente nació y se formó en el Himalaya)! Yo a los 23 años tenía la espalda tan fastidiada que sufría los achaques de un cincuentón gracias a mi vida sedentaria y una alergia aguda al deporte que padecí desde pequeño. Ahora, con cincuenta años cumplidos, puedo presumir de haber conquistado la espalda de un veinteañero un poco enclenque pero relativamente sano. A lo largo de estas tres décadas el yoga me ha permitido mantener el cuerpo en forma a pesar de seguir dedicando demasiadas horas a la terrible “Postura del Despacho”. ¡La misma que estoy adoptando ahora, mientras preparo este post!

Aun más importante, esta disciplina física fue mi puerta de entrada a la filosofía oriental y sus prácticas contemplativas. Al adoptar los asanas, primero en el Himalayan Institute y luego en las escuelas Sivananda y Satyananda, aprendí a prestar atención a cada postura, a cada parte del cuerpo, a cada etapa de esfuerzo y de descanso; a prestar atención DE VERDAD, con interés y curiosidad, sin juzgar la experiencia, abriéndome a sensaciones agradables y desagradables; tratando de sonreír y no insultar al monitor cuando alargaba el estiramiento más de lo debido, y luego algo más, y otro poquito más, y más y más y más y MÁS. En otras palabras: aprendí a practicar eso que últimamente llamamos Mindfulness y que los gatos hacen de forma tan natural: estar en lo que estás.

Esta presencia abierta se entrena en todas las prácticas contemplativas, desde las artes marciales, el tai-chi o la caligrafía japonesa hasta la meditación sentada que acabé integrando en mi rutina diaria. En el Hatha Yoga es una de las claves. ¿Qué distingue una sesión yoguica de una vulgar tabla de ejercicios? Precisamente esto: la unión entre la consciencia y el cuerpo. El propio vocablo sánscrito “yoga” suele traducirse como “unión”. De hecho, está emparentado con palabras como “yugo” y “yuxtaposición”.

El verdadero yoga del Himalaya

La palabra “yoga” sí que aparece en los Vedas y otros antiguos escritos de Oriente. Se refiere a la unión de todo lo que compone al ser humano, incluido (según la filosofía hiduista) su aspecto divino. A menudo se refiere también a otras ventajas que proporciona esta unión, como el control (que también proporciona un “yugo”) sobre los bueyes tozudos y rebeldes de la mente y el cuerpo. 

Entre todas estas ventajas, el objetivo último al que apuntaban los rishis es la posibilidad de alcanzar una visión clara de la realidad, un estado de liberación del sufrimiento y de dicha absoluta, una verdadera “unión con el todo” que según diversos exploradores avanzados del mundo interior (y no solo los yoguis de la India) puede alcanzarse mediante las prácticas contemplativas. En definitiva, se trata de un asunto bastante ambicioso que probablemente no vayas a alcanzar haciendo el Saludo al Sol mañana por la mañana, por bonito que sea el alba. Aunque bueno… ¡nunca se sabe!

Algunos ejemplos del uso de la palabra «yoga» en textos con alrededor de dos milenios de antigüedad:

  • «No hay placer ni sufrimiento para alguien que se hace uno con su cuerpo. Eso es yoga.» Vaisheshika Sutra 5.2.16
  • «Esto, el sujetar firmemente los sentidos y la mente, es lo que se llama Yoga.» Katha Upanishad 6.10
  • «Abandona todo apego al éxito o al fracaso. Esa clase de ecuanimidad se denomina yoga.» Bhagavad Gita 4.48

Los 4 caminos clásicos del yoga

Dentro del hinduismo se desarrollaron distintos “caminos” para ir avanzando hacia esta unión del yoga. Las tres vías más tradicionales son:

  • Bhakti yoga (yoga devocional): ritos, oraciones, cantos y otras formas de adorar a alguna de las múltiples divinidades que representan aspectos de Brahman (la realidad última, que según la filosofía Advaita Vedanta consiste en la totalidad indivisible de todo el universo).
  • Karma yoga (yoga de la acción desinteresada): dedicación altruista de los talentos y el conocimiento a distintos ámbitos de la vida y la sociedad.
  • Jnana yoga (yoga del conocimiento): búsqueda de la verdad mediante la meditación, la lectura, la interacción con un maestro y otras prácticas ascéticas.

¿A que no las ofrecen en tu gimnasio de la esquina? Pero quizás ahora entenderás por qué a Mahatma Gandhi se le consideraba un gran yogui a pesar de que nunca se le vió adoptando la postura de la cobra o el cuervo.

Una cuarta tradición te sonará más: Ashtanga Yoga. Sin embargo, más allá del nombre, tampoco tiene mucho que ver con ese Ashtanga Yoga tan dinámico que encontrarás en tu centro de fitness. El Ashtanga Yoga originario (también conocido como Raja Yoga) se basa en los Yoga Sutras de Patanjali, compuestos hace unos quince o veinte siglos pero prácticamente olvidados hasta el XIX, cuando el monje y filósofo indio Swami Vivekananda revivió el interés en este antiguo texto. En los Yoga Sutras, Patanjali incluye “asana” como uno de los ocho pasos para conseguir la “unión” del yoga (“ashtanga” significa, literalmente, “ocho miembros” o “partes”).

¡Ajá! ¡Asana! ¡Por fin! Cuando aprendí a realizar “la cobra”, “el triángulo”, el “perro boca abajo” y todas esas posturas tan conocidas del yoga, los maestros siempre me citaban como fuente a Patanjali. Sin embargo, si consultas el texto de sus Yoga Sutras verás que lo único que dice de «la postura» (en singular) es que debe tener las cualidades de firmeza y comodidad. ¿De qué postura hablaba? Pues de la clásica postura de meditación, claro está, porque en el resto del libro no habla de otra cosa. Según el método de Patanjali, más sistemático que las tres vias clásicas del yoga, los pasos a seguir para alcanzar la «liberación» tienen poco que ver con estirar el cuerpo:

  • Yama y Niyama: normas éticas como la honestidad, la austeridad, el respeto o la no-violencia
  • Asana: postura firme y cómoda (sentada)
  • Pranayama: control de la respiración
  • Pratyahara: control de los sentidos
  • Dharana: concentración en el objeto de meditación
  • Dhyana: inicio de la unión entre el observador y el objeto
  • Samadhi: unión total y duradera entre el observador y el objeto

Entonces… ¿de dónde vienen los asanas (¡en plural!), si no es de los Yoga Sutras, ni de los Vedas, ni del dichoso Himalaya?

En mi próximo post podrás leer la conclusión de este fascinante misterio, que como los thrillers novelescos más populares de los últimos años, nos llevará hasta los oscuros y fríos países nórdicos.

Si quieres una pista y no te asustan los spoilers, puedes consultar este vídeo de un sistema sueco de gimnasia inventado hace mas de dos siglos. 

¿Qué diría Lisbeth Salander?

Activa el ModoSer

Suscríbete a nuestro boletín y recibirás cada semana nuestras últimas novedades. Como regalo de bienvenida, te enviaremos 3 audios de meditación guiados por Eduardo Jáuregui

¡Gracias por suscribirte!

Esta web utiliza cookies propias y de terceros para mejorar tu navegación y ofrecerte servicios acordes con tus preferencias. más información

Los ajustes de cookies de esta web están configurados para «permitir cookies» y así ofrecerte la mejor experiencia de navegación posible. Si sigues utilizando esta web sin cambiar tus ajustes de cookies o haces clic en «Aceptar» estarás dando tu consentimiento a esto.

Cerrar