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El estrés agudo, como he explicado en el primer post de esta serie, es un necesario sistema de alarma corporal que nos defiende de amenazas físicas como el fuego, un tigre de bengala que ha escapado del zoo o un conductor enfurecido que sale de su coche con un bate de beisbol en la mano. Este mecanismo activa partes del cuerpo necesarias para “luchar o huir”, como la musculatura y la circulación sanguínea, mientras que desactiva todo lo que pueda ahorrar energía, como los sistemas inmunológico, digestivo, cognitivo y reproductivo.

Hasta aquí, todo bien. Bueno, todo no, porque como expliqué en el segundo post de la serie, la mayoría de nuestros estresores en el Siglo XXI no son de tipo tigre. Gritar y golpear la impresora que no marcha empeorará el funcionamiento del aparato y posiblemente también tu estatus social y tu situación laboral. El sistema de “lucha o huida” suele ser contraproducente en la mayoría de los casos, hoy en día.

Pero además de esto, el estrés puede tener consecuencias muy nocivas si se alarga demasiado. El sistema de alarma está diseñado para momentos puntuales, ¡no para estar siempre encendido! Si la circulación sanguínea se mantiene acelerada, la musculatura tensa, y los sistemas inmunológico, cognitivo, digestivo y sexual bajo mínimos, el organismo se irá deteriorando y estará más expuesto al riesgo de enfermedades y accidentes. Esto es lo que llamamos el estrés crónico, y probablemente te suene.

Hay varios motivos por los cuales el estrés crónico abunda tanto. Diría que los principales son tres:

1. Nuestra vida de locos

Una fuente evidente de estrés tiene que ver con nuestro estilo de vida en el Siglo XXI. Te despiertas con una “alarma”. El espejo te devuelve una imagen de tu cuerpo que no se ajusta a los modelos de belleza omnipresentes. Corres para llevar a los peques al cole y para llegar al trabajo, mientras escuchas las últimas noticias sobre guerras, pandemias y catástrofes. Te encuentras con atascos en la carretera o aglomeraciones en el metro. Te enfrentas a jefes arrogantes, clientes difíciles, compañeros trepas, reuniones interminables, tecnologías mal diseñadas, reglas absurdas, deadlines imposibles. Te distraen mil avisos, alertas y mensajes del móvil. Te preocupas por los “likes” que obtendrán tus post en las redes y por la importancia exagerada que das a los “likes”. Sientes mala conciencia por lo que comes, lo que consumes, lo que tiras, lo que sufren las millones de personas que no tienen agua potable. Pero de momento tienes que elegir un nuevo smartphone, porque el que tienes se ha quedado terriblemente «anticuado»…

Sin duda, los seres humanos deberíamos ser capaces de organizarnos mejor. De diseñar una sociedad más humana y más justa. ¡Hay que ponerse manos a la obra! Pero mientras tanto, es lo que hay.

2. Internalización del estrés

Otro problema tiene que ver con la forma más habitual de gestionar el estrés, cuando ataca. ¿Qué haces cuando te vienen las ganas de pegarle un puñetazo a la impresora en medio de la oficina? Pues disimulas. Te “controlas”. Te lo tragas. Como no está bien visto expresar la rabia, el miedo, la confusión y el abatimiento que a menudo nos provocan las situaciones cotidianas, optamos por esconder estos sentimientos. De hecho, esta “internalización” de las emociones es un hábito que solemos tener completamente automatizado.

Esto significa que toda (o al menos parte) de la tensión muscular generada por la reacción de lucha o huida se acumula. Y también las consecuencias para la digestión, el sistema cardiovascular y otros mecanismos del cuerpo afectados por el estrés.

3. El cerebro sofisticado de Homo Sapiens

Como ya expliqué en mi anterior post, los seres humanos somos la especie más neurótica del planeta. Nuestra capacidad de recordar eventos pasados, imaginar futuros posibles, escuchar cuentos ajenos y en general perdernos en mundos mentales es maravillosa, pero también nos permite estresarnos por eventos que no han sucedido aún (y quizás nunca sucederán), o que no nos amenazan directamente. Me estresa el tráfico en la carretera pero también la idea de que pueda haber atasco. Potencialmente, podría dedicar el día entero a estresarme sobre el siguiente embotellamiento. Y lo mismo con la batería escasa de mi móvil, mis dolores de rodilla, las consecuencias del cambio climático en 2050, etc…

El estrés mata más que los tigres

Nuestra vida estresante, la tendencia a internalizar el estrés y la capacidad que tenemos de alarmarnos por eventos imaginarios son tres factores que contribuyen a mantenernos en un estado de estrés crónico. Pero el sistema de alarma del estrés agudo no puede mantenerse permanentemente encendido. Al menos, no sin consecuencias peligrosas para el cuerpo y la mente. La evolución lo diseñó para momentos puntuales –para defendernos de peligros físicos como los tigres. Un organismo que sufre estrés crónico acabará desarrollando diversas enfermedades y condiciones:

  • El estado de alerta continuo provoca insomnio y angustia
  • El bombeo más intenso de la sangre desgasta el sistema cardiovascular
  • La inhibición del sistema reproductivo contribuye a disfunciones sexuales
  • Las tensiones musculares desembocan en dolores y jaquecas
  • La inhibición del sistema inmunológico deja el cuerpo expuesto a infecciones
  • La del sistema digestivo provoca problemas en el estómago y el intestino
  • La del sistema cognitivo aumenta la probabilidades de accidentes
  • La inflamación de la piel se relaciona con problemas dermatológicos

El estrés se asocia, según algunos estudios, a más del 90% de las visitas al médico de cabecera.

Además, cada una de estas condiciones puede convertirse en un nuevo estresor, contribuyendo a un ciclo vicioso: estrés —> condición médica —> estrés.

Para colmo, a menudo tratamos de disimular o suprimir los síntomas del estrés con métodos antiestrés que quizás funcionen en el corto plazo, pero que a la larga tienden a empeorar el problema:

  • los ansiolíticos
  • el alcohol, el tabaco, la cafeína y las drogas
  • la hiperactividad
  • comer de forma compulsiva
  • la adicción a las noticias o las redes sociales

Estos “parches” y sus consecuencias provocan un nuevo ciclo vicioso: estrés —> parche —> consecuencia nociva —> estrés

A la larga, insistir en un estilo de vida excesivamente estresante, en el que se suprimen los síntomas con soluciones de corto plazo, puede llevar a un hundimiento total, ya sea de tipo fisiológico (crisis médica, sobredosis) o psicológico (burnout, depresión o incluso suicidio).

En definitiva, el estrés, diseñado para salvarnos de peligros graves como el ataque de un tigre, irónicamente se ha convertido en uno de los principales riesgos mortales de la era moderna. Menos de 100 personas al año mueren hoy en día por ataques de tigres, mientras qué millones pierden la vida por enfermedades cardíacas, infecciones, suicidio y otras condiciones asociadas al estrés crónico.

¿A que estresa leer todo esto? ¡Pido disculpas!

En los próximo post, hablaré de como cultivar al atención plena puede ayudar a gestionar la ansiedad, evitando los peores remedios antiestrés y cultivando hábitos más sanos.

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