La agresión de Will Smith a Chris Rock en plena ceremonia de los Oscars 2022 ha empañado lo que debería de haber sido el momento culminante de su brillante carrera como actor. A pesar de sus disculpas, las consecuencias de esta explosión de ira pública probablemente le persigan durante años. Fue un clásico ejemplo de ese Lado Oscuro que todos (¡incluso un tipo tan aparentemente majete!) llevamos dentro, esa reacción atávica de «lucha o huida» que ya analicé en un post reciente. Quizás nunca hayas golpeado Chris Rock delante de millones de espectadores, pero probablemente se te hayan escapado palabras o acciones, en momentos de calor emocional, por los que luego te arrepentiste. A mí también me pasa, desde luego. Menos mal que las cámaras de televisión no suelen estar presentes para inmortalizar mis peores momentos.
Que conste que no pretendo excusar el acto violento del célebre actor y cantante. Él mismo ha reconocido que fue «inaceptable e inexcusable». Pero precisamente el hecho de que caigamos en comportamientos que no responden a nuestros verdaderos valores, y que nos pueden arruinar la noche de los Oscars y mucho más, nos plantea un reto importante en nuestras vidas. Quizás el más importante de todos.
A menudo acudimos a prácticas como la meditación o el yoga para «reducir el estrés» y controlar reacciones como ira y el miedo. Pero ¿realmente funciona esta estrategia? ¿Le hubiera salvado a Will Smith, el otro día, de sí mismo? Quién sabe…
El mito de la calma absoluta
Hay que decir que por mucha meditación que practiques, no vas a alcanzar la calma interior absoluta. El estrés y la ansiedad son como las maletas: te las llevas contigo vayas donde vayas. No creo que se libre ni el Dalai Lama.
¡Y menos mal! Como ya he explicado en entradas anteriores, el estrés agudo es un sistema de alarma necesario para la supervivencia. Sin embargo, estaría bien no estresarnos TANTO. Los seres humanos somos una especie tremendamente neurótica y a menudo acabamos sufriendo los estresantes efectos del estrés crónico. Sobre todo en este Siglo XXI tan complejo, imprevisible y turbulento. Además, de ello, la reacción de «lucha o huída», como en el caso de Will Smith, nos empuja a veces a actuar de formas totalmente contraproducentes.
En este sentido, el mindfulness sí constituye un remedio eficaz para gestionar las emociones negativas y reducir (dentro de lo posible) fenómenos como el estrés y la ansiedad. De hecho, el curso que popularizó la atención plena se llama “Reducción del estrés basado en mindfulness” (Mindfulness-Based Stress Reduction o MBSR). Gracias a cientos de estudios científicos que se han llevado a cabo en las últimas décadas, hemos acumulado evidencias sólidas de que el método funciona.
Datos empíricos sobre la reducción del estrés
Un metaestudio sobre MBSR de 2015 (29 estudios, 2668 participantes) encontró:
- un efecto de tamaño grande para la reducción del estrés
- efectos moderados sobre la ansiedad, la depresión, el malestar y la calidad de la vida
Estos resultados indican que no hace falta retirarse a un monasterio para beneficiarse de la meditación. En tan solo 8 semanas (unas 30 horas de clase más los ejercicios a realizar en casa), cualquier persona puede acceder a beneficios muy notables. Algunas investigaciones han detectado incluso cambios cerebrales en participantes del MBSR. Por ejemplo, los asistentes de un experimento:
- redujeron la actividad de la amígdala cerebral en situaciones estresantes
- aumentaron (en estas mismas situaciones) la actividad en areas cerebrales asociadas a la atención
Estos cambios cerebrales fueron acompañados por una mayor capacidad para regular las emociones negativas en momentos de estrés y ansiedad.
En el caso de meditadores avanzados, la transformación es aún mayor. Según el neurocientífico Richard Davidson, en su libro Los beneficios de la meditación, se ha observado una reducción en la actividad de la amígdala de hasta un 50% ante situaciones estresantes, incluso cuando las personas no están meditando. En un estudio sometieron a meditadores con unas 9000 horas de práctica a lo largo de sus vidas al Trier Social Stress Test, un protocolo empleado en psicología para generar una intensa reacción de angustia. La “víctima” sufre un diabólico examen oral de matemáticas presidido por tres jueces instruidos para poner cara de perro y pedirle que responda cada vez más rápido. En comparación con personas “normales”, los meditadores no solo evaluaron la experiencia como menos estresante, sino que sus cuerpos segregaron menos cortisol y sufrieron menos inflamación neurogénica.
¿Una píldora antiestrés?
A pesar de todas estas evidencias empíricas, la atención plena no es en realidad un “sistema antiestrés”. De hecho, parece todo lo contrario. En vez de “luchar” contra las emociones negativas, que es lo que hacemos habitualmente, nos anima a “abrirnos a ellas”, a “acogerlas”, a “aceptarlas tal y como son”.
La atención plena no es más que una forma de ver la realidad: con intención, momento a momento y sin juzgar. Más que una “pildora relajante”, se parece a unas gafas que te permiten visualizar nítidamente las ideas y emociones que el cerebro genera continuamente, y que normalmente quedan fuera de nuestro campo de visión. Estos fenómenos mentales invisibles distorsionan la realidad muy a menudo, y nos zarandean de un lado al otro como si fuéramos marionetas. Un ejemplo extremo de este fenómeno son los pensamientos que acompañan al estrés: ¡Fecha tope! ¡Avispa! ¡Grano en la frente! ¡Proyector averiado en la reunión de ventas!
Como ya he contado en otro post, la reacción automática del estrés a menudo nos plantea una encrucijada imposible. Nos empuja a externalizar esta reacción de “lucha o huida”: a gritar, a salir corriendo, a darle una bofetada a Chris Rock. Liberar estas tensiones hacia fuera nos permitiría volver a la calma, quizás, pero en nuestro mundo civilizado no suele ser una buena idea. No está bien visto chillar por la irrupción en la sala de una avispa. Sería contraproducente tirar por la ventana el proyector que no se enciende. Y en cuanto a darle una bofetada a Chris Rock, ya hemos visto las consecuencias…
Por lo tanto la alternativa suele ser internalizar la reacción: tragarnos los gritos, reprimir las ganas de correr, meter los puños bajo las axilas. Pero esta solución tampoco es maravillosa, ya que no elimina el estrés. Al contrario: se acumula como en una olla a presión. Así es como acabamos, a lo largo del día, con la musculatura cervical más tensa que las cuerdas de un galeón en un huracán.
Pero hay una tercera opción: ponernos las “gafas de la atención plena”. Se trata en este caso de observar la propia reacción del estrés sin juzgarla. O sea: con curiosidad, con atención, incluso con cariño. En vez de ignorar lo que sucede, escuchamos. En vez de encerrar la tendencia en un calabozo interior profundo, abrimos un espacio para que se exprese. En vez de asustarnos o enfadarnos por sufrir este ataque emocional, nos orientamos hacia él con los brazos abiertos.
Una visión ampliada
¿Qué es lo que vemos con estas gafas? Si el problema es un proyector averiado, el aparato seguirá averiado. Pero además de ver el proyector, podemos contemplar las ideas que se agolpan en la cabeza (“¡¡Tiene que encenderse ya!!”, “¡¡No voy a poder dar la presentación sin él!!”, “¡¡La reunión será un desastre!!”, “¡¡Me van a despedir!!”). Y podemos sentir las sensaciones físicas asociadas a la emoción: agarrotamiento muscular, ritmo cardíaco acelerado, respiración superficial, sudoración.
Puede que no parezca gran cosa, pero esta visión ampliada resulta muy valiosa. Al ver las ideas como ideas, y las emociones como emociones, obtenemos una cierta distancia. Es algo así como plantarse en el ojo del huracán, contemplando todo lo que se agita desde un punto de calma. Al fin y al cabo, la parte de ti que observa el estrés no está estresada. El truco está en encontrar esa parte de ti.
Gracias a esta visión más espaciosa y clara, desde un lugar de mayor calma, es más probable que puedas tomar decisiones más sabias y creativas (o al menos un poco menos atolondradas). Quizás se trate de posponer la reunión, mostrar la presentación desde la pantalla del ordenador, o improvisar una charla 100% oral. También es más probable que puedas dudar de las ideas que tratan de manipularte (¿Realmente tiene que ser un desastre la reunión? ¿Incluso si lo es, van a despedirte?). Probablemente puedas darte cuenta, además, que no se trata de un verdadero peligro de vida o muerte como tu cuerpo parece creer.
Por lo tanto, es más probable que la reacción emocional del estrés se vaya disipando con el paso de los minutos, que te vayas desenganchando de ella, y que puedas reírte del pequeño percance con tus clientes. A lo mejor incluso se te ocurre una solución creativa: pones a tu equipo de ventas en fila, en orden de altura, y anuncias:
—Como pueden ver en este gráfico, ¡en los últimos cinco años nuestras cifras de ventas han ido creciendo sin parar…!
Además, de ayudarte a gestionar el estrés en plena tormenta, darte cuenta de la tensión acumulada te permite tomar medidas para liberarla con cualquiera de las numerosas actividades que relajan de verdad.
Eso sí, hay que reconocer que conseguir esta visión clara, sobre todo en ciertos momentos de crisis, no es nada fácil. Por eso entrenamos el mindfulness diariamente. Gracias a esta disciplina, podemos llegar a vivir la vida con un poco más de calma, como muestran los estudios científicos que he citado al inicio de este post. Nada garantiza que no vayas a caer en el Lado Oscuro, incluso ante miles de telespectadores. Pero sin duda es una de las mejores maneras que hemos inventado los seres humanos para minimizar esa posibilidad.
Venga Will, anímate.