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En estos últimos días se me acelerado el ritmo cardíaco varias veces al toparme con la frase TERCERA GUERRA MUNDIAL en titulares, tertulias radiofónicas y conversaciones con amigos, a menudo acompañado por la alusión a BOMBAS NUCLEARES. No voy a entrar aquí en un análisis de las probabilidades de que el terrible conflicto en Ucrania desencadene un conflicto bélico más amplio, o incluso un auténtico apocalipsis. Simplemente hago notar que entre los seres humanos, tenemos la particular costumbre de estresarnos por eventos futuros que aun no se han verificado y que quizás no se verificarán nunca. Las golondrinas que acaban de llegar desde África esta primavera para anidar bajo el tejado de mi bloque de pisos no se preocupan por el peligroso viaje de vuelta de más de 30.000 kilómetros, a pesar de que perecerán en él una buena parte de ellas.

En mi anterior post expliqué que el estrés agudo es un mecanismo de alarma necesario sin el cual no habrías sobrevivido hasta leer estas líneas. El proceso de la evolución lo desarrolló para protegerte de pelígros físicos como los tigres “diente de sable” que abundaban cuando homo sapiens comenzó a caminar por la sabana. Desencadena, ante tales amenazas, una reacción de “lucha, huida o parálisis” para salvarte.

Pero, más allá de si Vladmir Putin te recuerda a un tigre diente de sable, ¿es útil esta reacción ante las noticias que nos llegan del conflicto ucraniano? Y sobre todo, ¿es bueno pasarnos la mitad del día estresados por la idea de una posible escalada que acabe con la civilización humana tal y como la conocemos, incluidos los churros con chocolate? Claramente, este mecanismo tiene sus defectos. Como mínimo, tres:

1. El mecanismo del estrés se equivoca (¡y mucho!)

Como ya habrás notado, la mayoría de las veces que te pegas un susto y se te acelera el corazón, se trata de una falsa alarma. El perro de un vecino que te ladra a todo volumen desde el otro lado de una verja. Una sombra extraña en la oscuridad que resulta ser un montón de ropa. Un email de tu jefe que al final resulta no contener nada amenazante –o por lo menos no tan amenazante como un tigre prehistórico.

No es que el mecanismo del estrés se equivoque de vez en cuando. La realidad es que se equivoca CASI SIEMPRE. ¡Salta a la mínima! Sin embargo, hay que decir que los sistemas de alarma son así. Según algunos estudios, más del 95% de las alarmas de robos en las casas resultan ser falsas. Y sucede algo parecido con las alarmas de incendios y de coches.

El asunto es que las alarmas tienen que saltar a la mínima, porque si no lo hicieran, se colarían por el sistema demasiados peligros reales. Si una noche caminas por una calle desierta de noche y de pronto ves que avanza hacia ti por la acera un tipo corpulento, con la calva tatuada, piercings y vestido con una sudadera desabrochada, ¿qué debe hacer tu mecanismo de lucha o huida? Probablemente no sea ningún criminal, o incluso si lo fuera lo más probable es que tenga otros asuntos de los que ocuparse. Pero no está de más que tu sistema nervioso autónomo te prepare para la acción… ¡por si acaso! Y que te cambies de acera.

Dicho esto, es un fastidio lo de las alarmas falsas. Tanto las de los coches que te despiertan en medio de la noche, como las del estrés. En estos días de adicción al «toiletscrolling», nuestros cerebros están sobrecalentados con pesadillas geopolíticas y económicas que van mucho más allá de la tragedia en curso en Ucrania o del peligro que corremos personalmente. La evolución nos ha diseñado así.

2. Los estresores, hoy en día, no son de “tipo tigre”

Hay que decir que hoy en día no solemos encontrarnos con muchos tigres por la calle. Los de dientes de sable se extinguieron hace 10.000 años, y las subespecies que aun sobreviven están todas en peligro de extinción. Más en general, si no vives en un escenario de guerra o trabajas como policía o volcanólogo, los estresores cotidianos que sueles encontrarte rara vez te enfrentan a un peligro físico que requiere una respuesta como la lucha o la huida:

  • tu ordenador
  • tu manager
  • tu hipoteca
  • la rabieta de tu hija
  • una noticia espantosa del telediario
  • un atasco inesperado
  • un cliente pesado
  • la organización de una boda
  • un problema con el wifi
  • una mudanza
  • la bolsa de basura que se rompe
  • una llamada publicitaria con una oferta de ADSL única y especial

En general, ponerte a gritar, a dar patadas o a correr en estas situaciones no suele ayudar. De hecho, suele ser contraproducente. Por ejemplo, los estudios sobre el computer rage (“la ira informática”) revelan que es bastante común golpear o arrojar los ordenadores, teclados, ratones, pantallas, impresoras y demás dispositivos electrónicos cuando dejan de funcionar como nos gustaría que lo hicieran.

Claramente, este tipo de reacciones solo pueden empeorar la situación. Y si en vez de golpear el monitor del ordenador probamos a hacerlo con  un cliente o un jefe, las consecuencias serán aún peores.

3. El estrés se dispara también con amenazas 100% imaginarias

El cerebro humano tiene la capacidad increíble de recordar eventos pasados, imaginar futuros posibles, escuchar cuentos ajenos y en general perderse en mundos que existen sólo en la imaginación. Esto es maravilloso. De hecho, probablemente sea la clave de nuestro impresionante éxito como especie.

Sin embargo, nuestra impresionante gimnasia mental tiene sus inconvenientes, y uno de ellos es la posibilidad de estresarnos por eventos que no han sucedido aún (y quizás nunca sucederán), o que no nos amenazan directamente. Por ejemplo, cualquier telediario puede asaltarnos con esas referencias a la TERCERA GUERRA MUNDIAL, BOMBAS NUCLEARES, PANDEMIAS GLOBALES, TERREMOTOS, CRACKS BURSÁTILES y demás horrores que no requieren una respuesta inmediata de tipo “lucha o huida”, pero que nos suben la tensión arterial igualmente. Algo parecido sucede con las películas de terror, acción o “drama”, que pueden llegar a hacernos saltar o pegar gritos en el asiento —¡sobre todo si son buenas!

Más allá de las pantallas, la propia mente crea sus propias “películas”, dedicando buena parte del día a evaluar el pasado o preocuparse sobre el futuro: “voy a llegar tarde”, “no le estoy cayendo bien”, “me he equivocado”, “qué pensarán de mí”, “y si pierdo el trabajo”, «y si realmente llega aquí la guerra»… Esta ansiedad cotidiana activa el sistema de alarma continuamente, a pesar de que como ya hemos visto no suele acertar casi nunca (problema número 1), y la respuesta física no suele ser muy útil (problema número 2).

Como cuenta Robert Sapolsky en su libro Porqué las cebras no tienen úlceras, nuestra imaginación desbocada es la causa de que Homo Sapiens pueda considerarse la especie más neurótica del planeta, el “Woody Allen” del reino animal.

¿Has visto alguna vez uno de esos documentales de naturaleza en los que las cebras se escapan de los leones? Las cebras sufren el estrés agudo igual que nosotros. El mecanismo de lucha o huida funciona con la misma rapidez e intensidad. Sin embargo, en cuanto pasa el peligro inmediato, las cebras vuelven a pastar tranquilamente, aunque los leones sigan merodeando en la distancia. En el mundo humano, ¡eso sería imposible! Nos pasaríamos todo el santo día alterados por la ansiedad, dándole vuelta a cómo nos iban a destripar esos terribles depredadores. Igual que ahora nos imaginamos ya en medio de un conflicto bélico nuclear, el caos social que provocaría un ataque masivo de hackers a nuestros sistemas informáticos o incluso un futuro régimen autoritario putiniano.

El resultado es que sufrimos lo que los psicólogos llaman el “estrés crónico”, un maratón de agobio y ansiedad que no es nada bueno para la salud. En el siguiente post hablaré sobre sus consecuencias, a veces tan mortíferas como las de un león o un tigre de verdad.

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