¿Te has apuntado ya a la nueva tendencia de nuestra era?
Yo sí. Enciendo el móvil por la mañana, leo un titular que me acelera el ritmo cardíaco, y antes de darme cuenta…
- ya he hecho click.
- ya me he zampado todo el horror.
- ya he saltado a otra noticia, igual de pésima o más que la primera.
- Y así sigo encadenando un espanto tras otro, con los pelos de punta, hasta acabar totalmente groggy.
Este consumo compulsivo de malas noticias, tan de moda ultimamente, tiene un nombre: Doomscrolling. (En inglés, Doom = Un destino terrible e inevitable; Scroll = Desplazarse por la pantalla)
¿Estamos atravesando un período especialmente horrible de la historia?
No es de extrañar que el Doomscrolling se haya vuelto tendencia últimamente. El Siglo XXI arrancó con la apocalíptica destrucción de las torres gemelas de Nueva York, y desde entonces hemos sido testigos de nuevos ataques terroristas, guerras en el Medio Oriente, una crisis económica de consecuencias devastadoras, una pandemia global, la catástrofe a cámara lenta del cambio climático, la incognita del Brexit, el auge de los partidos de extrema derecha, la interminable crisis migratoria, la invasión en Ucrania de Vladimir Putin y mil sustos más.
Sin duda, tienes material para practicar el doomscrolling durante horas. En pijama, mientras te lavas los dientes. En el coche, antes de arrancar. Durante una video-reunión especialmente aburrida. O incluso sentado en la taza del váter (esta variante tiene su propio nombre, Toiletscrolling).
Es una afición apasionante, desde luego. Pero hay que decir que tras embadurnarte durante un buen rato en el fango mediático, acabas fatal: con el animo roto, sin esperanzas para el futuro, con la certeza de que todo se va al garete.
Sin embargo, ¿es esto cierto? ¿O es que has practicado demasiado Doomscrolling?
Las noticias deforman la realidad
Es importante seguir las noticias. En una sociedad democrática, diría que es incluso nuestro deber cívico. Y con el panorama tan revuelto, hay que estar muy al tanto ultimamente.
Pero, ¿hace falta chequear las noticias treinta veces al día?
Sobretodo porque exponerse a las noticias tiene efectos colaterales. Hay que tener en cuenta que los medios informativos seleccionan las noticias precisamente según el horror que puedan causar. Tomemos como ejemplo algo tan atroz como el asesinato. Apuesto que no te has enterado de un dato sorprendente: el número de asesinatos en España en las últimas décadas ha caído de forma dramática: de 587 en 2003 a 302 en 2015. Un descenso del 50% en solo 12 años, y a pesar de una fuerte crisis económica. Tampoco habrás leído en Twitter o Facebook que España es uno de los paises con la tasa de homicidios más baja de Europa (y del mundo).
No conoces estos datos porque tienen muy poco interés informativo. Jamás verás noticias de este tipo en la portada de El País o El Mundo. Si acaso, las esconden en la página 27. Lo que te sonará un poco mas es el hombre que mató de una puñalada a su hijo en Almería, o las 38 mujeres asesinadas a manos de sus parejas en lo que va de año. Eso sí que son noticias hechas y derechas. Eso sí que pone los pelos de punta.
Hay una regla de oro sobre la actualidad informativa, y es que debe resultar, sobre todo, emocionante. Tiene que subirte la tensión arterial. Por eso la banda sonora del Telediario de TVE-1 podría servir para una película de los Avengers.
Lo primero que aprenden los estudiantes de periodismo es que las buenas noticias normalmente son malas noticias. Mi hermano Pablo Jáuregui, que fue editor de ciencia de El Mundo, me contó una anécdota de su primer año en el puesto que ilustra este principio a la perfección. Una mañana, en la reunión diaria donde se decide qué saldrá en portada al día siguiente, Pedro J. Ramírez se mofó de una «noticia» que traía Pablo, inocentemente, sobre el lanzamiento exitoso de un cohete de la Agencia Espacial Europea. “Eso no es noticia de portada, Jáuregui. Es noticia si el cohete se cae. Mientras no se caiga, es como decir que el tren de las tres y media ha salido a su hora”.
Adictos a la negatividad
No es culpa de los editores de los periódicos. Es que a los seres humanos, lo que nos va es lo chungo. Como escritor de ficción, he aprendido que las novelas (por no hablar de las pelis de los Avengers…) se escriben más o menos así:
- Capítulo 1: El (o la) protagonista está en peligro. A ser posible, mortal. Y si el peligro puede significar el fin de toda la humanidad, aun mejor.
- Capítulo 2: El peligro resulta ser aun peor de lo esperado.
- Capítulo 3: La amenaza llega hasta las mismas puertas del (o la) protagonista. ¡Cuidado!
- (¿A qué ya te he enganchado?)
- Capítulo 4: Las cosas se ponen feas de verdad.
- Capítulo 5: Todo parece perdido. Solo queda una pequeña esperanza.
- Capítulo 6: El villano aplasta la última esperanza.
- Y así sucesivamente, hasta el último capítulo, cuando finalmente podemos dejar de sufrir (para buscar rápidamente otra novela, o peli, o serie).
Estoy exagerando. Pero no mucho.
Esta pasión por lo negativo la llevamos en los genes. Es lógico: para nuestros antepasados homínidos, fijarse en los peligros, las amenazas, los depredadores, la violencia, la enfermedad, el conflicto y la muerte, tenía una clara ventaja evolutiva. Y no solo fijarse, sino recordarlo una y otra vez, darle mil vueltas, preocuparse, y contárselo a todo el que se nos ponga delante:
—¿Has visto lo de…?
—¡Calla, calla!
—Qué barbaridad.
—Si es que no ganamos pa’ disgustos…
Etc.
Los psicólogos hemos documentado numerosos efectos de este sesgo de negatividad. Por ejemplo, en un experimento ya clásico de Susan Fiske, los participantes dedicaron más tiempo a mirar fotografías de contenido negativo que positivo. En la vida ordinaria nos pasa todo el tiempo. ¿Qué te atrae la vista más: un coche aparcado o un coche que ha sufrido un accidente?
Otro fenómeno curioso es el sesgo nostálgico, que hace que olvidemos los malos momentos pasados, y por lo tanto nos hace creer que las cosas están mucho peor ahora que en «los viejos tiempos». Finalmente, y para colmo, tenemos el sesgo de confirmación, la tendencia a buscar evidencias que confirman lo que ya creermos —o sea que si estás convencido que todo va fatal, buscarás pruebas para confirmar esta creencia, y darás menos peso a cualquier evidencia contraria.
En definitiva, el ser humano siempre cree que las cosas están peor de lo que están. Entre los primeros escritos de la humanidad, podemos encontrar una tableta del Imperio Acadio en Mesopotamia, que ya nos advertía 2.200 años antes de Cristo que “hemos entrado en una mala época, y el mundo se ha vuelto viejo y malvado. La política está muy corrupta. Los niños ya no respetan a sus padres.»
Como frenar el Doomscrolling
El Doomscrolling, por lo tanto, es el resultado de unir estas tendencias prehistóricas con las últimas tecnologías. Pero que sea comprensible no quiere decir que sea bueno. De hecho, puede ser tremendamente nocivo para la salud mental, como advirtió al inicio de la pandemia del Covid-19 la Confederación Salud Mental España. Amenazas como el coronavirus o la guerra en Ucrania nos empujan a devorar las noticias compulsivamente, fomentando una visión negativa de la realidad, generando malestar y reforzando la propia tendencia a consumir más noticias funestas: una receta perfecta para la ansiedad, el agotamiento y la depresión.
Pero no tienes por qué sucumbir a este ciclo vicioso. Al menos, no siempre.
El primer paso es darte cuenta de tu tendencia a dejarte arrastrar por la cascada de noticias pésimas. Y a partir de esa conciencia, pasar a la acción para asegurar una buena higiene mental. Aquí tienes algunas ideas:
- Reservar un momento único al día para informarte sobre la actualidad.
- Decidir cuánto tiempo vas a dedicarle a las noticias, y ponerte un temporizador.
- Organizar una rutina diaria que incluya actividades sanas como el ejercicio físico (a ser posible al aire libre), la relajación, la meditación, la cocina, la música o el arte.
- Evitar en la medida de la posible hábitos poco saludables como comer de forma compulsiva o abusar del tabaco, alcohol y otras drogas.
- Reservar un tiempo especial todos los días para hablar, compartir, bromear, jugar y reír con tu familia y amistades (aunque sea por teléfono o pantalla).
- Atiborrarte de donuts (no, perdón, ha sido un lapsus, ¡¡recuerda el punto 4!!)
Mindfulness aplicado a las noticias
El problema suele ser ese primer paso: darte cuenta. Por eso es tan importante entrenar la atención plena, tanto con ejercicios de Mindfulness formales (meditación, yoga, exploración corporal) como en tu vida cotidiana. En una época tan confusa y desafiante como la que estamos viviendo, es más importante que nunca volver una y otra vez a lo real: a la respiracion, al cuerpo, a la conexión con las sensaciones, los pensamientos y las emociones.
Porque si queremos hablar de actualidad, ¿qué hay más actual que el momento presente? Esto que estás viviendo ahora mismo también está sucediendo en el mundo —aunque no salga en ningún periódico. Y probablemente, si empiezas a fijarte, hay muchas cosas a tu alrededor que no son nada angustiosas, ni terribles. Cosas por las que puedes incluso sentir un profundo agradecimiento.
Una puesta de sol. El vuelo de un pájaro. El tacto de tu almohada. El calorcito del agua de la ducha. La experiencia de masticar una manzana otoñal bien crujiente. El beso de una niña de 2 años, aunque sea por Zoom (mi sobrina Sofía deja todas las pantallas llenas de baba).
A veces, cuando me fijo en estas cosas, pienso: “…y en otras noticias…”.
Cuando vuelvas a caer
Dicho esto, te volverá a pasar. Volverás a caer en el Doomscrolling, por mucho que practiques. Al menos, yo sigo cayendo. ¿Como no vamos a caer, si es nuestra naturaleza?
Pero podemos darnos cuenta, una y otra vez: pillarnos en el acto, con el dedito deslizandose por la pantalla del smartphone, el corazón latiendo, los ojos dilatados, el cuerpo entumecido de tanto estar parado ahí como un pasmarote. No hace falta enfadarnos, en estos momentos. Pueden ser grandes oportunidades para poner en práctica la amabilidad hacia ese «yo» que se equivoca mil veces, pero que al fin y al cabo hace lo que puede. Podemos sonreír, incluso, ante nuestra adicción a lo chungo. Luego ya veremos si es posible hacer otra cosa. Meter el móvil en el bolsillo, quizás. Salir a dar un paseo. Descubrir si hay otras cosas que están sucediendo en la “actualidad”.
La visión de Gandhi
Mahatma Gandhi decía en su libro La ley del amor que si revisamos los libros de historia, da la impresión de que los seres humanos somos crueles, violentos y despiadados por naturaleza, siempre peleando, conquistando, esclavizando y exterminándonos los unos a los otros. Pero en realidad, según Gandhi, esta es una distorsión tremenda, porque lo que la historia recopila son precisamente las interrupciones a la regla general, a la Ley. Y la Ley a la que se refiere es el amor.
Esto es fácil de probar, continúa el sagaz pensador y agitador político, porque si estuviéramos siempre sacándonos las tripas, no habríamos llegado hasta el siglo XXI. Nos habríamos auto-destruido mucho antes. Si estoy yo aquí para escribir estas frases y tú ahí para leerlas, es que hemos tenido familia, amigos y una sociedad que nos ha acogido, nos ha cuidado, nos ha mimado y nos ha enseñado a vivir, a pensar, a leer y a preocuparnos por los demás, para que el ciclo continúe y la Ley del Amor se siga cumpliendo. El mundo es muy grande, y hay suficientes excepciones a la regla como para llenar de miseria los libros de historia, o un telediario de 30 minutos. Pero no hay que olvidar que son excepciones.
Y pasa lo mismo con el coronavirus, con las catástrofes naturales, con cualquier tragedia humana. Cada caso implica sufrimiento, y el sufrimiento de cualquier ser humano puede remover nuestros corazones. Incluso quizás debería hacerlo. Pero no olvidemos que estas tragedias son la excepción a la norma. Ahora mismo, a tu alrededor, en todo el mundo, hay salud, hay alegría, hay risas, hay muestras de afecto, que son más comunes que las bombas de cualquier guerra, más contagiosas que cualquier virus. Y también éstas pueden remover nuestros corazones. Incluso quizás deberían hacerlo.
Os dejo con un dato que quizás ayude a equilibrar un poco la visión que solemos tener de la realidad (sin negar todo lo que ya está en los titulares de la prensa diariamente): hoy nacerán unos 385.000 bebés, cada uno de ellos, una nueva fuente de amor y de esperanza para sus familias, y para toda la familia humana. Y si hay tantos bebés que nacen, habría que hacerse la pregunta de Amelie: ¿Cuántas parejas estarán experimentando un orgasmo ahora mismo?