En mi anterior post expliqué que el yoga postural tan conocido en Occidente no es tan antiguo como se suele creer ni procede de los sabios del Himalaya. Asanas como “la cobra” o “el guerrero” que se realizan en los gimnasios del Siglo XXI no aparecen citados ni en los Vedas ni tampoco en los célebres Yoga Sutras de Patanjali.
De hecho la palabra “yoga” (que suele traducirse como “unión”) no se asociaba hasta el Siglo XX con esterillas ni mallas de lycra, sino más bien con tres caminos clásicos que pretendían facilitar la “unión” con lo divino: ritos devocionales (Bhakti Yoga), acciones altruistas (Karma Yoga) y la “liberación” mediante el estudio filosófico y la práctica meditativa (Jnana Yoga). Un “cuarto camino” descrito por Patanjali hace 2000 años (pero casi olvidado hasta el Siglo XIX) también consistía básicamente en seguir una serie de normas éticas y luego aprender a controlar la respiración, los sentidos y la mente hasta alcanzar la “unión con el todo”. Un de los ocho pasos de este «Ashtanga Yoga» es «asana», pero se refería a la postura de meditación.
Entonces… ¿de dónde vienen los asanas, si no es del Himalaya?
Para esclarecer este misterio lo primero es entender que además de las cuatro tradiciones principales del yoga ya citadas se desarrollaron otras muchas variantes a lo largo de los siglos. Cada uno de estos métodos consistía en una técnica o camino particular para alcanzar la “unión” del yoga. Algunos ejemplos…
- Mantra Yoga: repetición de palabras sagradas.
- Nada Yoga: atención a los sonidos y la música.
- Kriya Yoga: purificación mediante oraciones y prácticas ascéticas (en los Yoga Sutras, Patanjali lo considera una “preparación” para el Ashtanga Yoga).
Entre toda esta proliferación de yogas se encuentra una variante bastante sofisticada que codificó en el siglo XV el Hatha Yoga Pradipika, un texto en el que se unían elementos de escuelas anteriores. Los seguidores de este “Hatha Yoga,” heredera del budismo tántrico, realizaban numerosos ejercicios físicos, sobre todo de respiración, purificación y cierre (“bandha”) del cuerpo. Tales ejercicios se diseñaron para controlar ciertas esencias y energías vitales en las que creían los seguidores de la tradición (entre ellas la célebre energía “kundalini”). El Hatha Yoga Pradipika describe también 15 posturas físicas (los asanas), aunque 8 de ellas siguen siendo posturas de meditación sentada y otra más la postura de relajación tumbada (“savasana”). Una de las restantes 6 es Paschimottanasana, «la pinza»:
Desde hace al menos cinco siglos, por lo tanto, existen posturas como “el arco” (Dhanurasana) o “el pavo real” (Mayurasana). Con el tiempo, algunas escuelas de Hatha Yoga desarrollaron posturas adicionales y sus seguidores aprendieron a mantenerlas durante ratos largos. Sin embargo, ni siquiera los hatha yoguis ponían tanto foco en los asanas como se hace hoy en día. Formaban parte de una sofisticada disciplina corporal y espiritual con numerosos elementos como la dieta, la purificación y el control del proceso respiratorio, además de la meditación.
En cualquier caso, a principios del siglo XX el Hatha Yoga no gozaba de prestigio entre la alta sociedad India. En particular el yoga físico se asociaba a los excéntricos fakires que se cubrían de cenizas, fumaban hashish y realizaban sus contorsiones en la calle para conseguir alguna moneda de los viandantes. De hecho, los primeros maestros que exportaron el yoga a Occidente, como Swami Vivekananda o Paramahansa Yogananda (autor del célebre libro Autobiografía de un Yogi), no recomendaban el Hatha Yoga. El único asana que adoptaban era el de los Yoga Sutras de Patanjali: la postura de meditación.
La invención del yoga moderno
Las prácticas físicas se volvieron a popularizar a partir de mitades del siglo XX, gracias a una serie de maestros ahora prácticamente desconocidos como Swami Kuvalayananda y su pupilo Tirumalai Krishnamacharya, que según los historiadores desarrollaron un nuevo yoga postural a partir de varias influencias —no solo de la India sino también del movimiento de “cultura física” que se había difundido en los años 20 en Estados Unidos, el Reino Unido y Europa.
En aquella época surgieron numerosas disciplinas gimnásticas diseñadas para contrarrestar la vida sedentaria que llegó como consecuencia de la industrialización. Algunas de ellas, como la popular “gimnasia armónica” de Genevieve Stebbins, incorporaban además una dimensión holística y “espiritual” similar al del yoga. Los movimientos nacionalistas de aquel momento histórico, que daban mucha importancia al vigor y la fuerza física de los patriotas, impulsaron aun más esta moda.
La India colonial, a las puertas de la independencia, también buscaba crear una nación fuerte capaz de liberarse de la ocupación británica —a ser posible con un sistema de ejercicio autóctono. En este contexto, Krishnamacharya impartía sus clases en el Palacio de Jaganmohan, perteneciente a un marajá reformador que impulsó la educación, las artes y también la cultura física en su Reino de Mysore. El innovador yogui compartía el espacio con numerosos profesores de gimnasia, entrenadores militares y organizadores de todo tipo de juegos y deportes occidentales. Con el tiempo, Krishnamacharya fue incorporando elementos de todas estas disciplinas en sus lecciones para crear un nuevo “yoga” corporal. De hecho, otro de los profesores del palacio se reía de que su compañero “enseñaba trucos circenses y los llamaba yoga”.Algunas décadas más tarde, estos “trucos” los exportaron a Estados Unidos y Europa yoguis como Indra Devi (que triunfó en Hollywood con alumnas como Greta Garbo), Pattabhi Jois (creador del sistema “Ashtanga” que te será más familiar) y B.K.S. Iyengar (fundador del método Iyengar). La asociación de esta disciplina “India” con una exótica tradición milenaria de espiritualidad (¡y para colmo… ¡del Himalaya!) sin duda contribuyó a su atractivo.
Por lo tanto, no es exagerado afirmar que Krishnamacharya fue el “padre” del yoga moderno, junto con su maestro, sus alumnos y otros pioneros de la India tardocolonial. Las secuencias posturales que practicamos hoy en la playa frente a la puesta del sol no se remontan a la época de los rishis. Son inventos recientes que mezclan tradiciones Indias con ejercicios occidentales —en particular de escandinavia.
Desde Estocolmo al corazón de la India
Si no me crees (yo tampoco me creería) te recomiendo el fascinante libro El cuerpo del yoga: los orígenes de la práctica postural moderna, que hace algunos años puso patas-arriba el mundo del yoga con sus chocantes revelaciones. Su autor, el británico Mark Singleton, viajó a la India en los años 90 tratando sin éxito de encontrar ese yoga “auténtico” con el que soñaba. Le sorprendió descubrir, en lugares como Goa, Rishikesh o Delhi, que a las clases de asanas acudían sobre todo turistas. O sea, le sucedió como a una norteamericana apasionada del flamenco que llega a Madrid y se encuentra el Café de Chinitas repleto de sus compatriotas. ¿Dónde estaban las escuelas tradicionales? ¿Los verdaderos maestros del yoga postural? Resultaba casi imposible dar con ellos. ¡Incluso en el Himalaya!
Al volver a Inglaterra Singleton se dedicó a investigar el tema a fondo, llegando a completar una tesis doctoral sobre el asunto en la Universidad de Cambridge. En sus pesquisas se quedó atónito al descubrir que algunas de las posturas más icónicas del yoga contemporáneo como Virabhadrasana (“el guerrero”), Trikonasana (“el triangulo”), o Adho Mukha Svanasana (“el perro boca-abajo”) aparecen descritas y fotografiadas en un texto danés de 1924: Gimnasia Primitiva, de Niels Bukh.
Esta disciplina corporal se basaba en en una anterior escuela de gimnasia sueca creada por Per Henrik Ling que había revolucionado la educación física en todo el mundo, desde los colegios al entrenamiento militar. Da la casualidad de que también estaba ampliamente difundida en el subcontinente Indio en la época que Tirumalai Krishnamacharya impartía sus clases en el Palacio de Jaganmohan. De hecho, según una encuesta de la época llevada a cabo por el YMCA indio, estos dos sistemas escandínavos eran los más populares del país. Ni Bukh ni Ling habían viajado a la India. No se inspiraron en el yoga. Más bien debió ser al contrario: sus ejercicios fueron adoptados o modificados por Krishnamacharya.
En cuanto al famoso “Saludo al sol”, parece ser que fue nombrado y popularizado por el Raja de Aundh en su libro de 1928 The Ten-Point Way to Health: Surya Namaskars. Algunos historiadores creen que se derivó de los “dandas”, ejercicios de la lucha libre tradicional de la India. No formó parte del Hatha Yoga hasta que Krishnamacharya (que daba clase en la sala adjunta al espacio donde se enseñaba este fabuloso ejercicio) lo añadió a su repertorio. De hecho Yogendra, otro pionero del Hatha Yoga contemporaneo, criticó la mezcla del saludo al sol con el yoga como propio de gente “mal informada”.
Según Singleton, el yoga que conocemos hoy en día es el resultado de una mezcla de influencias que incluyen la gimnasia escandínava, la lucha libre tradicional de la India y el Hatha Yoga. Embajadores de esta disciplina como Indra Devi, B.K.S. Iyengar o Pattabhi Jois exportaron a Occidente un “yoga” bastante alejado de las prácticas que recomendaban los Yoga Sutras de Patanjali o incluso el Hatha Yoga Pradipika. El énfasis en los asanas posturales y el encadenamiento entre un asana y otro son fenómenos plenamente modernos.
El yoga y la pizza
Sin embargo, al combinarse con la moda de la cultura física occidental, estas prácticas obtuvieron una rápida acogida —en parte sin duda por la asociación romántica con una “tradición milenaria”, “mística” y “del Himalaya”. Gracias a ella el yoga postural ha contribuido a difundir ideas y prácticas que de otra manera nunca habrían llegado hasta la esquina de cualquier ciudad occidental. Además, como la pizza en Italia, el éxito global del yoga lo ha convertido en un elemento clave de la vida y la identidad de la India contemporánea. Si algún día viajas al Aeropuerto Indira Gandhi de Delhi te toparás con una impresionante escultura en espiral ascendiente que representa las doce posturas del Saludo al Sol. Una vez ahí podrás acudir a una infinidad de ashrams y escuelas en lugares como Goa, Rishikesh o la propia capital de Delhi —y no solo para turistas.
Yo, desde luego, me alegro de que así haya sido. ¿Qué más da el origen del yoga o de la meditación? ¿Qué importa si la pasta “italiana” la inventaron los chinos o si el tomate de la pizza llegó a Europa desde las Américas? Lo que cuenta es la experiencia única de enrollar unos espaguetis en el tenedor, o de meterle un primer bocado a esa combinación de masa horneada, queso fundido y salsa con orégano. ¡Mamma mía!
Posturas como Trikonasana quizás no tengan nada de mágico, exótico ni especialmente “oriental”, pero proporcionan un ejercicio fabuloso para el cuerpo. Además, si te las tomas como un “mindfulness en movimiento”, llevando la consciencia a cada postura, también lo serán para la mente. No considero que el yoga postural sea más o menos “auténtico” que el yoga de Patanjali. Como propone Mark Singleton, innovaciones modernas como el Iyengar o el Vinyasa son nuevas ramas del gran árbol del yoga que deben juzgarse por sus propios méritos.
A mí personalmente me han cambiado la vida. Además de salvar mi espalda y conectarme con un cuerpo que tenía muy abandonadito, me han acercado a ese asana original del que hablaban los rishis —la postura de meditación sentada— y de paso al yoga originario, milenario, que sí proviene de los sabios y sabias del Himalaya.
Agradezco profundamente a los rishis, a Genevieve Stebbins, a los gimnastas suecos, a Krishnamacharya y a todos los y las innovadoras que hicieron posible este peculiar invento de la familia humana. Y ahora basta: me voy a hacer un Saludo al Sol, que tengo la espalda reventada…
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