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Hace algunos años me sorprendió descubrir un meme que circulaba por ahí, y que mucha gente me atribuía en las redes sociales: “La vida es maravillosa, pero hay que saber maravillarse”. Debe ser mi frase más célebre.

Pero… ¿es mía realmente? No lo tengo muy claro. Desde luego no se encuentra en ninguno de mis libros. Ni siquiera en Conversaciones con mi gata, en la que Sibila (la gata) discute con Sara (la humana que adopta) sobre si la vida es o no maravillosa.

Quizás se me haya escapado en algún artículo. O puede que lo improvisara en alguna entrevista o conferencia. Veo que también hay gente que la cita por ahí sin atribución, o con la atribución de “anónimo”.

En cualquier caso, la frase me gusta, y en este post la quiero hacer mía de una vez por todas, o al menos citarme a mí mismo y explicar un poco lo que quise decir con ella, si es que la pronuncié de verdad. ¡A ver si me aclaro!

Meraviglioso

Hay una canción del gran cantautor napolitano Domenico Modugno que te recomiendo cuando estés de bajón y que se titula, precisamente, “meraviglioso”. Hay que decir que empieza un poco mal, con un hombre a punto de suicidarse, asomándose sobre un río desde un puente, de noche. En el momento crítico, sin embargo, aparece un tipo a sus espaldas, se lo lleva de ahí y lo salva, diciéndole algo así (en italiano suena mejor):

Maravilloso.
Pero ¿cómo no te das cuenta
Que el mundo es maravilloso?
Incluso tu dolor
Podrá parecerte luego
Maravilloso.
Pero, mira a tu alrededor,
Fíjate en los regalos que te han hecho.
Hasta te han inventado… ¡EL MAR!
Tu dices “no tengo nada”
¿Te parece nada el sol? ¿La vida? ¿El amor?
Maravilloso.
La bondad de una mujer
Que te quiere solo a ti…
La luz de una mañana,
El abrazo de un amigo,
La sonrisa de un niño,
Maravilloso…

Te invito a escuchar a Modugno cantándolo estos versos con toda su emoción:

En su canción, Modugno nos da la clave de ese saber maravillarse. El asunto es “darte cuenta”, “mirar”, “fijarte”. Porque la verdad es que normalmente, no nos fijamos en casi nada de lo que tenemos. Y si nos fijamos suele ser para quitarle importancia, o incluso para quejarnos de sus defectos.

Acqua calda

Ya que cito a Modugno, citaré también una expresión italiana que se usa cuando alguien suelta una banalidad o se entusiasma por algo que tampoco es para tanto:

-Hai scoperto l’acqua calda!

O sea : “¡Has descubierto el agua caliente!”

Se usa para ridiculizar a cualquier iluso (tipo Modugno) que se atreva a darle valor a alguno de los infinitos regalos cotidianos que nos rodean. ¡Bah! ¡Menuda tontería! Tan común como el agua caliente…

Pero, ¡un momento! Hablemos del agua caliente. Quizás voy a decir algo que puede resultar controvertido y levante alguna que otra ampolla, pero es que… el agua caliente está muy bien.

¿Muy bien?

Me quedo corto. ¡Es lo más! ¡La pera limonera! ¡Un invento asombroso, sensacional, me-ra-vi-gliooosooooo!

Piensa en esa sensación deliciosa en la ducha cada mañana de invierno, al golpear miles de gotas calentitas en la piel. O en la reconfortante temperatura de un té, un café o una sopa al deslizarse por la garganta. ¿Y qué decir de lo sencillo que resulta fregar los platos cuando giras el grifo hacia el punto rojo y el humeante chorro arrasa con la porquería? ¡Por favor! ¿Se puede pedir más?

Sin embargo, estos increíbles beneficios pasan desapercibidos casi siempre.

Hay excepciones, desde luego. Si se te rompe la caldera o te vas de camping y te toca un régimen forzoso de duchas frías, la vuelta a la “normalidad” es motivo de celebración y regocijo. También hay ocasiones en las que nos dedicamos a este particular placer con atención, como cuando visitamos un spa o un hammam (¡más nos vale, considerando los precios!)

Pero en general, no nos damos cuenta de este lujo cotidiano, que ni siquiera los más poderosos emperadores de antaño disfrutaban con tanta facilidad, y que hoy en día sigue siendo solo un sueño para buena parte de la humanidad.

Suele pasar totalmente desapercibido.

Oportunidades perdidas

El agua caliente que brota de nuestros numerosos grifos es solo una de las incontables oportunidades para el disfrute que desperdiciamos cotidianamente. Estamos rodeados de bienes, lujos y placeres que apenas notamos en nuestro día a día, desde la increíble biología del propio cuerpo hasta nuestros dispositivos electrónicos, nuestros hogares y automóviles, nuestra ropa y posesiones varias, nuestras amistades y familia, la belleza del cielo y de la naturaleza, la existencia del chocolate, la música de Modugno y los sketch de los Monty Python. O sin ir más lejos: el pan.

Si nos dieramos cuenta de todas estas maravillas, probablemente no nos haría falta nada más para ser plenamente felices. Estaríamos todo el día con una sonrisa de oreja a oreja, alucinando con todo. Es justamente éste el sentido de la canción del cantautor napolitano.

Desafortunadamente, sin embargo, el cerebro humano no está diseñado para la felicidad. Está diseñado para la supervivencia. Esto significa que una vez alcanzada cualquier meta o beneficio, se activa un mecanismo conocido en psicología como la “habituación” que impide que nos durmamos en los laureles. Este mecanismo hace que nos acostumbremos a todo lo que se presenta repetidas veces, o de forma continuada. Es un proceso tan básico del aprendizaje que puede encontrarse en todas las especies vivientes, incluso en las Amoeba.

Por ejemplo, en el siguiente vídeo se le presenta un tarro de mermelada a un bebé. La primera vez que lo ve, el bebé se queda mirando la novedad durante más de 30 segundos, pero la segunda vez a los 14 segundos ya mira en otra dirección, la tercera vez se aburre de él a los 6 segundos, y luego ya apenas lo mira.

Si alguna vez has tratado de entretener a un bebé con un muñeco, te identificarás con esta trágica realidad. Para que el muñeco siga atrayendo su atención a partir del primer impacto, tendrás que añadirle más interés al asunto: que se mueva, que cante, que baile, que interactúe con otros muñecos, y así hasta que tu bebé te haya entrenado para convertirte en una estrella del guiñol.

La habituación es fantástica para el desarrollo de la especie y de la civilización. Al aburrirnos, buscamos nuevas metas, novedades y estímulos, para aprender y seguir creciendo.

Lo malo es que dejamos de disfrutar de lo que ya tenemos. Dejamos de ver la maravilla. Y el mundo se vuelve gris, anodino, aburrido. O incluso algo mucho peor. Porque la vida, hay que reconocerlo, también está llena de peligros, sinsabores, fracasos, dolores, desilusiones, traciones y pérdidas. Y nuestro cerebro, diseñado para la supervivencia, tiende a fijarse en lo peor. El bienestar depende también de nuestra capacidad para superar estos desafíos o incluso aprender de ellos y crecer: eso que ahora se llama la «resiliencia». Pero si nos fijamos más en lo que ya tenemos, sin duda será más fácil.

Recuperar el sabor de la vida

El truco, como bien explica Modugno al final de la canción, es recuperar el “sabor de la vida”. ¿Y cómo se hace eso? Aprendiendo a percibir el mundo como si fuera por primera vez. De esto hablaré en mi siguiente post.

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