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Cómo ser feliz (capítulo 23): saborear las cosas sencillas

Cómo ser feliz (capítulo 23): saborear las cosas sencillas

En mi anterior post, reflexioné sobre una frase que se me atribuye: “La vida es maravillosa, pero hay que saber maravillarse”. No sé si realmente será mía, pero desde luego me gusta. Efectivamente, hay mucha maravilla por ahí fuera, y el problema suele ser que no nos damos cuenta, en buena parte por culpa del fenómeno psicológico de la “habituación”, la tendencia a acostumbrarnos a todo lo que ya hemos experimentado unas cuantas veces, desde la misteriosa belleza de la luna a los prodigios tecnológicos que te permiten leer estas líneas, o incluso un sencillo y refrescante vaso de agua.

La cuestión que quiero abordar en este post es la siguiente: ¿es posible superar esta tendencia? ¿podemos los seres humanos desprendernos del aburrimiento que nos produce lo ya conocido y empezar a alucinar con todo como hacen los niños y las niñas? Y si es así, ¿en qué fila hay que ponerse para comprar los billetes? Sin duda, estamos hablando aquí de uno de los elementos fundamentales de la felicidad.

Viaje a un planeta extraño

Hay un ejercicio que facilitamos en la primera sesión del curso de Reducción del Estrés Basado en Mindfulness que suele ser bastante revelador. Consiste en analizar, con los cinco sentidos, un objeto cotidiano como si fuera la primera vez que nos lo encontramos. De hecho, solemos animar a los participantes a imaginar que han aterrizado en un extraño planeta, y que al encontrarse con este objeto deciden investigar su naturaleza.

SPOILER: Lo que repartimos es una uva pasa.

O mejor dicho, repartimos algo que normalmente suele clasificarse como “uva pasa”, con todos los prejuicios, ideas, asociaciones y actitudes que normalmente la acompañan. A mí, por ejemplo, las uvas pasas siempre me han producido un cierto disgusto. Si me ponen delante un trozo de panettone, soy de los que se comen el bizcocho y van dejándose las uvas en una esquina del plato. Por lo tanto, la primera vez que me tocó someterme a este ejercicio del MBSR, no me hizo mucha gracia el asunto.

Pero como digo, la idea es enfrentarse a esto no como si “ya supiéramos” lo que es, sino como si no tuviéramos ni idea de qué se trata. Desde la ignorancia absoluta, la curiosidad y el ánimo de investigar algo nuevo con todas las herramientas disponibles.

Una investigación en profundidad

Si tienes en la despensa un tarro con uvas pasas, te invito a probar el ejercicio con este “extraño objeto” delante. Y si no, puedes probar con algún otro pequeño bocado, como un gajo de mandarina o un trozo pequeño de galleta. Tras lavarte las manos concienzudamente (algo hemos aprendido con esto del Covid-19) puedes empezar…

Primero se emplea la vista. ¿Qué forma tiene el objeto? ¿Qué colores? ¿Qué brillo o falta de él? ¿Qué nivel de opacidad o transparencia? ¿A qué recuerda? ¿Qué palabras podrían usarse para describirlo?

A continuación se aplica el tacto. ¿Es suave, áspero, rugoso, pegajoso? ¿Qué te dicen tus dedos de su tamaño y forma?

Ahora el oído. Acercándolo a una oreja, puedes moverlo o aplastarlo para ver si emite algún sonido. En el caso de la pasa, quizás te sorprenda escuchar una especie de chisporroteo al manipularlo entre los dedos.

Llegó el momento de analizarlo con el olfato. Te lo traes bajo las fosas nasales e inhalas varias veces, tratando de impregnarte de su aroma. ¿Cómo es el olor? ¿A qué te recuerda?

Finalmente, si te atreves (en mi caso me costó), te lo colocas en la boca. Primero entre los labios. Luego sobre la lengua, moviéndolo de un lado al otro, sin ninguna prisa, tratando de aprovechar a fondo este auténtico laboratorio químico que es la boca humana. Y finalmente, con mucha lentitud y atención, empezando a morder y despedazarlo, para ver qué información añadida puedes extraer sobre su consistencia interna y externa, y por supuesto su sabor, antes de deglutir.

Si pruebas este ejercicio, es posible que descubras algo que no conocías. Por lo menos, es bastante más probable que si te acercas a una “uva pasa” vulgar y corriente, como algo que “ya conoces”. Incluso puede que te asombre cuanto te quedaba por conocer de ESTA uva pasa. 

Personalmente, a mí me ha cambiado radicalmente mi relación con las pasas. Como contaba, al inicio me producían un cierto rechazo. Pero al realizar este ejercicio en numerosas ocasiones, como participante en MBSR y como facilitador de este curso, he ido redescubriendo esta pequeña fruta deshidratada, o más bien conociendo individualmente a cada ejemplar, de tal forma que ahora me resulta bastante más agradable la experiencia. Sigo prefiriendo el helado de pistacho, desde luego, pero debo reconocer que la “idea” que tenía de las pasas no se correspondía del todo con la realidad que he ido investigando.

Es uno de los muchos regalos que me ha proporcionado el mindfulness.

Cultivar la curiosidad

Las prácticas de atención plena nos permiten cultivar la curiosidad, una actitud que vuelve interesante hasta lo más aburrido. Al dedicar horas y horas a prestar atención a algo tan “conocido” como la respiración, o ese cuerpo que nos acompaña día y noche, o los sonidos cotidianos que nos rodean, nos permiten sacarle brillo y color a ese mundo que nuestro cerebro de simio del Siglo XXI considera absolutamente gris.

¿Qué sucedería si no te acostumbraras a las cosas? ¿Al vuelo de los aviones que te fascinaba a los cinco años? ¿Al tacto suave de tu sofá, ese que tanto te impresionó en la tienda cuando fuista a comprarlo? ¿A la belleza de la primavera? ¿A los ojos de tu hija?

De pronto, el mundo se llenaría de maravillas.

Al parecer, esto es exactamente lo que sucede en el cerebro de los meditadores de larga experiencia: personas que han dedicado media vida a cultivar la curiosidad hacia lo más anodino. Uno de los primeros estudios sobre la meditación encontró en 1966 que un grupo de 48 monjes de la tradición zen no parecían habituarse a una serie de sonidos repetitivos, a diferencia de un grupo de control. Cada vez que sonaba un nuevo tono, el electroencefalograma mostraba la misma reacción en el cerebro de los meditadores, como si fuera la primera vez que lo escuchaban. Recientemente, otro estudio similar de la psicologa británica Elena Antonova ha aportado nuevas evidencias de este efecto, en este caso con monjes de la tradición budista tibetana. En este caso, se midió el reflejo de parpadeo ante un ruido fuerte que se repetía una y otra vez. En personas con poca experiencia meditativa, el reflejo se atenuaba mucho tras repetirse el sonido unas cuantas veces, mientras que entre los meditadores avanzados el parpadeo involuntario se mantenía mucho más fuerte. Era como si cada momento, para ellos, fuera realmente nuevo.

En el zen, hablan de la mente del principiante. Que podía bien llamarse también la “mente del niño de 2 años”. O la “mente del poeta”. Uno de los poetas zen más célebres, Wuman Huikai, escribió los siguientes versos en China hace unos 800 años:

Diez mil flores en primavera
La luna en otoño,
Una brisa fresca en verano,
La nieve en invierno.
Si tu mente no está enturbiada
Por cosas innecesarias,
Ésta es la mejor estación de tu vida.

La vida es maravillosa, pero hay que saber maravillarse

La vida es maravillosa, pero hay que saber maravillarse

Hace algunos años me sorprendió descubrir un meme que circulaba por ahí, y que mucha gente me atribuía en las redes sociales: “La vida es maravillosa, pero hay que saber maravillarse”. Debe ser mi frase más célebre.

Pero… ¿es mía realmente? No lo tengo muy claro. Desde luego no se encuentra en ninguno de mis libros. Ni siquiera en Conversaciones con mi gata, en la que Sibila (la gata) discute con Sara (la humana que adopta) sobre si la vida es o no maravillosa.

Quizás se me haya escapado en algún artículo. O puede que lo improvisara en alguna entrevista o conferencia. Veo que también hay gente que la cita por ahí sin atribución, o con la atribución de “anónimo”.

En cualquier caso, la frase me gusta, y en este post la quiero hacer mía de una vez por todas, o al menos citarme a mí mismo y explicar un poco lo que quise decir con ella, si es que la pronuncié de verdad. ¡A ver si me aclaro!

Meraviglioso

Hay una canción del gran cantautor napolitano Domenico Modugno que te recomiendo cuando estés de bajón y que se titula, precisamente, “meraviglioso”. Hay que decir que empieza un poco mal, con un hombre a punto de suicidarse, asomándose sobre un río desde un puente, de noche. En el momento crítico, sin embargo, aparece un tipo a sus espaldas, se lo lleva de ahí y lo salva, diciéndole algo así (en italiano suena mejor):

Maravilloso.
Pero ¿cómo no te das cuenta
Que el mundo es maravilloso?
Incluso tu dolor
Podrá parecerte luego
Maravilloso.
Pero, mira a tu alrededor,
Fíjate en los regalos que te han hecho.
Hasta te han inventado… ¡EL MAR!
Tu dices “no tengo nada”
¿Te parece nada el sol? ¿La vida? ¿El amor?
Maravilloso.
La bondad de una mujer
Que te quiere solo a ti…
La luz de una mañana,
El abrazo de un amigo,
La sonrisa de un niño,
Maravilloso…

Te invito a escuchar a Modugno cantándolo estos versos con toda su emoción:

En su canción, Modugno nos da la clave de ese saber maravillarse. El asunto es “darte cuenta”, “mirar”, “fijarte”. Porque la verdad es que normalmente, no nos fijamos en casi nada de lo que tenemos. Y si nos fijamos suele ser para quitarle importancia, o incluso para quejarnos de sus defectos.

Acqua calda

Ya que cito a Modugno, citaré también una expresión italiana que se usa cuando alguien suelta una banalidad o se entusiasma por algo que tampoco es para tanto:

-Hai scoperto l’acqua calda!

O sea : “¡Has descubierto el agua caliente!”

Se usa para ridiculizar a cualquier iluso (tipo Modugno) que se atreva a darle valor a alguno de los infinitos regalos cotidianos que nos rodean. ¡Bah! ¡Menuda tontería! Tan común como el agua caliente…

Pero, ¡un momento! Hablemos del agua caliente. Quizás voy a decir algo que puede resultar controvertido y levante alguna que otra ampolla, pero es que… el agua caliente está muy bien.

¿Muy bien?

Me quedo corto. ¡Es lo más! ¡La pera limonera! ¡Un invento asombroso, sensacional, me-ra-vi-gliooosooooo!

Piensa en esa sensación deliciosa en la ducha cada mañana de invierno, al golpear miles de gotas calentitas en la piel. O en la reconfortante temperatura de un té, un café o una sopa al deslizarse por la garganta. ¿Y qué decir de lo sencillo que resulta fregar los platos cuando giras el grifo hacia el punto rojo y el humeante chorro arrasa con la porquería? ¡Por favor! ¿Se puede pedir más?

Sin embargo, estos increíbles beneficios pasan desapercibidos casi siempre.

Hay excepciones, desde luego. Si se te rompe la caldera o te vas de camping y te toca un régimen forzoso de duchas frías, la vuelta a la “normalidad” es motivo de celebración y regocijo. También hay ocasiones en las que nos dedicamos a este particular placer con atención, como cuando visitamos un spa o un hammam (¡más nos vale, considerando los precios!)

Pero en general, no nos damos cuenta de este lujo cotidiano, que ni siquiera los más poderosos emperadores de antaño disfrutaban con tanta facilidad, y que hoy en día sigue siendo solo un sueño para buena parte de la humanidad.

Suele pasar totalmente desapercibido.

Oportunidades perdidas

El agua caliente que brota de nuestros numerosos grifos es solo una de las incontables oportunidades para el disfrute que desperdiciamos cotidianamente. Estamos rodeados de bienes, lujos y placeres que apenas notamos en nuestro día a día, desde la increíble biología del propio cuerpo hasta nuestros dispositivos electrónicos, nuestros hogares y automóviles, nuestra ropa y posesiones varias, nuestras amistades y familia, la belleza del cielo y de la naturaleza, la existencia del chocolate, la música de Modugno y los sketch de los Monty Python. O sin ir más lejos: el pan.

Si nos dieramos cuenta de todas estas maravillas, probablemente no nos haría falta nada más para ser plenamente felices. Estaríamos todo el día con una sonrisa de oreja a oreja, alucinando con todo. Es justamente éste el sentido de la canción del cantautor napolitano.

Desafortunadamente, sin embargo, el cerebro humano no está diseñado para la felicidad. Está diseñado para la supervivencia. Esto significa que una vez alcanzada cualquier meta o beneficio, se activa un mecanismo conocido en psicología como la “habituación” que impide que nos durmamos en los laureles. Este mecanismo hace que nos acostumbremos a todo lo que se presenta repetidas veces, o de forma continuada. Es un proceso tan básico del aprendizaje que puede encontrarse en todas las especies vivientes, incluso en las Amoeba.

Por ejemplo, en el siguiente vídeo se le presenta un tarro de mermelada a un bebé. La primera vez que lo ve, el bebé se queda mirando la novedad durante más de 30 segundos, pero la segunda vez a los 14 segundos ya mira en otra dirección, la tercera vez se aburre de él a los 6 segundos, y luego ya apenas lo mira.

Si alguna vez has tratado de entretener a un bebé con un muñeco, te identificarás con esta trágica realidad. Para que el muñeco siga atrayendo su atención a partir del primer impacto, tendrás que añadirle más interés al asunto: que se mueva, que cante, que baile, que interactúe con otros muñecos, y así hasta que tu bebé te haya entrenado para convertirte en una estrella del guiñol.

La habituación es fantástica para el desarrollo de la especie y de la civilización. Al aburrirnos, buscamos nuevas metas, novedades y estímulos, para aprender y seguir creciendo.

Lo malo es que dejamos de disfrutar de lo que ya tenemos. Dejamos de ver la maravilla. Y el mundo se vuelve gris, anodino, aburrido. O incluso algo mucho peor. Porque la vida, hay que reconocerlo, también está llena de peligros, sinsabores, fracasos, dolores, desilusiones, traciones y pérdidas. Y nuestro cerebro, diseñado para la supervivencia, tiende a fijarse en lo peor. El bienestar depende también de nuestra capacidad para superar estos desafíos o incluso aprender de ellos y crecer: eso que ahora se llama la «resiliencia». Pero si nos fijamos más en lo que ya tenemos, sin duda será más fácil.

Recuperar el sabor de la vida

El truco, como bien explica Modugno al final de la canción, es recuperar el “sabor de la vida”. ¿Y cómo se hace eso? Aprendiendo a percibir el mundo como si fuera por primera vez. De esto hablaré en mi siguiente post.

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